Psicóloga infantil, adolescentes, adultos y mayores
Atención psicológica individual. Terapia de pareja. Terapia de familia
Apego y comunicación padre-hijo
Bowlby (1969, 1973) ya estableció una relación entre modelos internos del apego y comunicacióncuando sugirió que los modelos internos del sí mismo y del cuidador tienen su origen en los patrones de comunicación establecidos entre el individuo y la figura de apego. De un modo parecido, Bretherton (1988) enfatizó el hecho de que, tanto en la infancia como en la vida adulta, la sensibilidad del cuidador a las peticiones de atención, consuelo o ánimos del individuo es fundamental para el desarrollo de sus modelos internos. Y Ainsworth (Ainsworth, Bell & Stayton, 1974), por su parte, definió la receptividad parental como algo que implica la capacidad del padre para asumir el punto de vista del niño, darse cuenta de cuáles son sus objetivos y responder empáticamente en función de ellos. Bretherton (1988) sostiene que la seguridad de la relación entre un niño y su figura de apego tiene que ver con la capacidad de cada padre para establecer una comunicación fluida, coherente y emocionalmente abierta. Este efecto se aplica tanto a la comunicación dentro de la relación de apego como a lo que el individuo comunica sobre la relación. En otras palabras, la insensibilidad del cuidador a las señales del niño dentro de la relación, así como la incoherencia del niño cuando habla sobre su relación de apego un tiempo después son características propias de las relaciones inseguras. Según Bretherton (1988), los niños cuyas madres no son sensibles a sus señales reciben continuamente mensajes implícitos sobre la inadecuación de su comunicación, que les indican que es imposible entenderlos o que lo que comunican no es importante. Bretherton señala que las respuestas insensibles no tienen por qué ser necesariamente malas ni desagradables, aunque pueden expresar rechazo (o al menos implicarlo) o ser intrusivas.
Grossmann y Grossmann (1984) identificaron tres estilos conversacionales maternos que etiquetaron como:
· Tierno (alta receptividad y atención, muchas tranquilizaciones, tono calmado)
· Desenfadado (tempo rápido, variabilidad extrema de volumen y tono, exigencias, muchas risas, retraso frecuente en las respuestas)
· Sobrio (tempo lento, pocas manifestaciones breves, respuestas irregulares, gran tiempo de reacción).
Estos estilos conversacionales correlacionan con puntuaciones independientes de la receptividad materna y la tendencia del niño a vocalizar. Los niños cuyas madres utilizan el estilo desenfadado más intrusivo y exigente es menos probable que incrementen su número de vocalizaciones entre los 2 y los 10 meses y es más probable que sean inseguros. El estilo tierno lo utilizan alrededor de la mitad de las madres de niños seguros, pero sólo un pequeño porcentaje de las madres de niños inseguros. El estilo sobrio está presente en los tres grupos de apego.
En un estudio observacional sobre interacciones madre-hijo (Escher-Graeub & Grossmann, 1983), se demostró de dos maneras la mayor receptividad de las madres de niños seguros. En primer lugar, estas madres era menos probable que ignoraran las señales de sus hijos que las otras; y, en segundo lugar, era más probable que observaran tranquilamente cuando sus niños jugaban contentos y parecían no necesitarlas, y que acudieran cuando necesitaban ayuda. Las madres evitativas tendían a distanciarse de sus niños cuando expresaban sentimientos negativos. Matas et al. (1978) encontraron patrones similares en niños de 2 años que realizaban tareas de resolución de problemas. Los niños seguros buscaban ayuda solamente cuando la necesitaban, y sus madres respetaban su autonomía, pero les proporcionaban ayuda cuando se la pedían.
En un estudio posterior se realizó un análisis de la comunicación entre madres e hijos en los episodios de la situación extraña. Los niños seguros solían mantener más comunicaciones directas con sus madres (interacciones caracterizadas por el contacto ocular, las vocalizaciones, las expresiones faciales, y la muestra y entrega de objetos) que los evitativos. Los niños evitativos solían mantener comunicaciones directas con sus madres sólo cuando estaban contentos.
Según Bretherton (1988) los niños y padres seguros son capaces de comunicarse con facilidad y coherencia sobre aspectos relacionados con el apego y de aceptar los defectos del otro. Los niños evitativos y sus padres se defienden de la cercanía restringiendo el flujo de ideas sobre las relaciones de apego; se muestran distantes y poco empáticos en sus interacciones. Los niños evitativos tienden a idealizarse a sí mismos y a sus padres, aunque tienen dificultades para dar ejemplos concretos de estas conductas “ideales”. Los niños ansioso-ambivalentes tienden a mostrar sentimientos ambivalentes hacia sus madres cuando se reúnen con ellas. Y cuando son adultos también se preocupan por los temas relacionados con el apego, especialmente cuando hay conflictos.
Kobak y Duemmler (1994) creen que las conversaciones entre padres e hijos son la principal vía de comunicación a través de la cual los individuos negocian los conflictos referentes a objetivos y mantienen sus relaciones de apego. En familias en las que se dan respuestas cooperativas, hay una amplia comunicación abierta de los objetivos relacionados con el apego; hay una historia de receptividad que dirige una serie de modelos internos que incluyen puntos de vista positivos sobre uno mismo y los otros y facilitan el desarrollo de habilidades de comunicación eficaces.
Esta idea está respaldada dado que los bebés seguros establecen más comunicaciones directas. Las madres que ignoran las señales que sus hijos emiten en relación a sus necesidades de apego están enseñando implícitamente a sus hijos a no comunicar directamente tales necesidades. En cambio, las madres que interpretan y responden cuidadosamente a las señales de sus hijos les están enseñando a comunicar directamente sus objetivos y necesidades de apego. Con el desarrollo del lenguaje, los niños adquieren la capacidad de hablar sobre sus estados internos y sus necesidades de apego. Esta nueva habilidad expande el rango de situaciones en las que pueden encontrar bases y refugios seguros. Los niños pueden de este modo ver satisfechas sus necesidades de apego y consuelo de una forma simbólica (por ejemplo, imaginando las conductas afectivas de una figura de apego ausente), además de con la presencia real de las figuras de apego.
Según Kobak y Duemmler (1994), las conversaciones entre padres e hijos que mejoran la comprensión mutua de sus diferencias y facilitan su cooperación podrían ser críticas para la seguridad del apego en la infancia y la adolescencia. Estos autores creen que este tipo de conversaciones son fundamentales porque proporcionan líneas abiertas de comunicación, que permiten que quienes las mantienen obtengan nuevas informaciones significativas uno sobre el otro y compartan y reflejen objetivos y sentimientos. Estas conversaciones también constituyen una oportunidad para actualizar modelos inadecuados o desfasados. Para que tenga lugar una comunicación eficaz y abierta, la expresión clara de los propios objetivos y sentimientos debe ir acompañada de la capacidad de escuchar y entender los objetivos y sentimientos del otro.
En un primer momento, los modelos seguros facilitan el desarrollo de habilidades conversacionales porque la confianza del niño en sí mismo y en los demás incrementa el deseo y la motivación para tomar parte en más conversaciones. A medida que el niño seguro sigue desarrollando sus habilidades conversacionales en esta atmósfera de comunicación abierta, aprende que la expresión de sus emociones puede ser una manera constructiva de satisfacer sus propias necesidades. Además, con el tiempo, el niño va ganando confianza para utilizar el lenguaje en la expresión de sus objetivos y sentimientos. El niño seguro podría tener también una mejor capacidad para atender a las señales y objetivos del cuidador sin temer una respuesta negativa, para adaptarse a los deseos y necesidades de los demás y para negociar sobre diversos temas y problemas.
Bibliografía
Feeney, J., & Noller, P. (2001). Apego adulto. Bilbao: Declée de Brouwer.
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