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Psicóloga Vecindario MOBBING El estado agéntico y el mecanismo de la obediencia a la autoridad

 

Psicóloga María Jesús Suárez Duque

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El estado agéntico y el mecanismo de la obediencia a la autoridad

 

Stanley Milgram analizó el mecanismo denominado de obediencia a la autoridad con el desarrollo de uno de los experimentos más importantes de toda la historia de la Psicología.

Desde el final de la segunda Guerra Mundial muchos investigadores sociales se habían preguntado por el mecanismo que reguló la colaboración de millones de personas en las barbaridades en los campos de concentración. El mecanismo que se descubrió fue denominado mecanismo de obediencia a la autoridad o estado agéntico. Consigue transformar a personas normales en colaboradores necesarios de las conductas más perversas.

Personas evaluadas psicológicamente como absolutamente normales pueden, con bastante facilidad, involucrarse y colaborar activamente en graves violencias, siempre y cuando crean que dichas actuaciones son ordenadas, solicitadas, refrendadas y autorizadas por personas con algún tipo de ascendencia jerárquica.

La persona descarga la responsabilidad de su propio comportamiento maltratador en la autoridad que lo ordena y a la que obedece: «Yo tan solo obedezco órdenes. Soy un mandado».

Milgram utilizó a 40 personas evaluadas como normales y sanas psicológicamente y les solicitó que participaran en un experimento que consistía en un supuesto estudio del efecto del castigo sobre el aprendizaje y la memoria.

El participante era requerido por un experimentador vestido con una bata blanca para administrarle descargas eléctricas de intensidad creciente a un su-puesto alumno cada vez que se equivocaba en la respuesta que debía dar en una prueba. El supuesto “alumno” era un actor preparado para simular.

Si se equivocaba, el monitor debía administrar a través de unos electrodos situados en el brazo del alumno descargas eléctricas que podían llegar a ser muy dolorosas. El investigador de bata blanca y un ayudante se ausentaban a una sala contigua, desde la que podían escuchar el desarrollo del experimento. El verdadero “conejillo de indias” del experimento era el que debía administrar esas descargas eléctricas. Este monitor, sentado delante del cuadro eléctrico de descargas, debía ir aumentando a cada nuevo error cometido la intensidad de las descargas, aumentando 15 voltios cada vez.

El test comenzaba con descargas leves, pero al llegar a la intensidad de “entre 75 y 100 voltios” el actor (alumno) simulaba que gemía de dolor. Casi el 90 % de los sujetos (conejillos de indias) pasaron adelante en las descargas, haciendo caso omiso a las súplicas del actor (el supuesto alumno). Si en algún momento el monitor dudaba o vacilaba, y se volvía hacia el experimentador, este le ordenaba que prosiguiera con el experimento con una fórmula firme y cortés del estilo: “Continúe por favor” o “es necesario que continúe”. Al final de la intensidad de las descargas (450 voltios) el supuesto alumno (actor) simulaba que ya no podía responder ni moverse de su silla siquiera. Sin embargo, las descargas eran administradas hasta el final por el 90 % de los sujetos que participaron.

Las conclusiones de este experimento son contundentes y terribles. Parece existir en los seres humanos un mecanismo que explica cómo bajo una “autoridad” perdemos nuestra responsabilidad sobre los actos que ordenan y que ejecutamos bajo sus órdenes.

Este mecanismo permite explicar que las más terribles tropelías se hagan dócil y sumisamente descargando la responsabilidad del daño que podemos producir, pensando que son “otros”, “los que mandan”, los verdaderos responsables de lo que hacen o nos ordenan hacer.

La sumisión a la autoridad es un proceso absolutamente inconsciente y bastante mecánico en la mayoría de los seres humanos.

Para obedecer a una actuación perversa contra una víctima tan solo hace falta que el que ordena eso sea percibido como alguien investido de autoridad jerárquica. Un jefe es alguien investido formalmente de un enorme poder simbólico que la mente humana ha aprendido a reconocer y a respetar a los largo de miles de años. 

Son muy raras las excepciones en las que los seres humanos a los que se les ordena desde una autoridad practicar un sacrificio, se oponen a esta y amparan y dan cobertura, ofreciendo su solidaridad y apoyo a las personas victimizadas.

Esa es la razón por la que basta un solo acosador psicopático que ordene actos atroces para desencadenar un proceso grupal en el que la mayoría puede participar dócil y sumisamente.

Las características actuales de las organizaciones dificultan muy seriamente que se pueda producir el cuestionamiento de la autoridad establecida. El resultado es una progresiva aclimatación al mal y una creciente asepsia ética ante los peores comportamientos, con tal que estos sean ordenados desde arriba en la organización.

Milgram con su experimento probó que ante la orden de la autoridad nazi, la mayoría de nosotros hubiéramos acatado las órdenes de abrir las válvulas del gas ciclón en los campos de concentración. La inmensa mayoría de nosotros lo habríamos hecho, con independencia de nuestro nivel de formación, nuestra configuración psicológica previa o nuestra ética personal o sentido de la moral.

Los miembros de una organización o un grupo social que entran en este sistema de funcionamiento ya no se ven a sí mismos como actuando a partir de sus propios fines, sino que se van a considerar meros agentes que ejecutan los deseos de otras personas, los que verdaderamente “saben lo que hacen”.

Las organizaciones más tóxicas para mantenerse en funcionamiento suelen necesitar situar a la mayoría de sus miembros en un estado de transferencia agéntica, es decir, en una situación de enajenación ética, activando uno de los mecanismos más profundamente instalados en el inconsciente humano, el mecanismo de la obediencia a la autoridad.

 

Bibliografía

Piñuel, I., & García, A. (2015). La evaluación del mobbing. Como peritar el acoso psicológico en el ámbito forense. Buenos Aires: Sb editorial.

 

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