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FORMAS ATÍPICAS DE LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

Se trata de manifestaciones de dependencia emocional que no parecen tales, son asociaciones de este problema con otros diferentes relacionados con el egoísmo o la hostilidad, y que dificultan la identificación de los patrones básicos más habituales propios de la necesidad afectiva. La necesidad afectiva es el denominador común entre la dependencia atípica y la estándar (normal).

Dos maneras de ser dependiente emocional sin parecerlo



1)   El dependiente emocional oscilante

Es la más difícil de ver. Corresponde a lo que he descrito como "evitador del compromiso", aunque no son sinónimos porque habrá personas que eviten el compromiso y no se involucren en una relación tras otra, como hace este tipo de dependiente emocional -y, la gran mayoría de dichos "evitadores del compromiso"-.

El dependiente oscilante es aquel que se embarca en una relación tras otra, pero con una especie de "freno de mano" puesto que le impide, voluntariamente, involucrarse en las mismas. Son individuos que rara vez están sin pareja o sin escarceos amoroso/sexuales, hasta el punto de que sus planteamientos resultan contradictorios ya que insisten una y otra vez en que las relaciones coartan la libertad y suponen una esclavitud. El dependiente oscilante sería el equivalente a la persona que predica las bondades de la enseñanza pública mientras que lleva a sus hijos a escuelas privadas, o a aquel que critica a los fumadores y al tabaco mientras se enciende un cigarrillo tras otro: dice una cosa y actúa en base a lo contrario.

Le repiten una y otra vez a la persona con la que están tonteando o con la que tienen algo más serio que carecen de sentimientos hacia ella, que no son pareja, que no se hagan ilusiones, que sólo son amigos... En este sentido, se puede llegar al absurdo de que presenten a la persona con la que están saliendo como si fuera un amigo o una amiga, o que la escondan como si fuera un bulto sospechoso: lo que sea con tal de que el otro tenga la sensación

continua de estar al borde del precipicio, de sentirse "de prestado" y con una incertidumbre total, porque a estas situaciones surrealistas debemos añadirle un continuo parlamento en la línea de "no siento nada por ti" o "somos amigos y ya está".

No obstante, estas personas que evitan el compromiso de una forma tan manifiesta y muchas veces grosera, saben que no se puede tensar la cuerda permanentemente y que deben alimentar en cierto modo a la relación. A los continuos jarros de agua fría que echan a la otra persona, añaden comentarios ambiguos o actitudes de cercanía que acaban desconcertando a las parejas: por ejemplo, "tengo muchas ganas de estar contigo", "eres alguien muy especial para mí", o regalar un anillo que se asemeje a uno de compromiso, o bien enseñar un anuncio de una vivienda diciendo que esa podría ser una buena casa para vivir juntos. La mezcla de "una de cal y otra de arena" se utiliza con sabiduría para desconcertar al otro y hacerle creer que poco a poco se está ablandando, lo cual multiplica los autoengaños de la pareja porque piensa que progresivamente se lo está ganando, cuando nada está más lejos de la realidad. Todo esto se hace para mantener una situación que interesa al dependiente emocional oscilante, que, en definitiva, consiste en que continúe la relación para así satisfacer sus necesidades afectivas, sin que eso suponga una renuncia a su egoísmo.

Lo que hay detrás de este comportamiento contradictorio es la satisfacción de dos deseos que aparentemente son opuestos, pero que para estas personas son compatibles.  Estos dos deseos para satisfacer son:

·         la necesidad afectiva (o sea, la tendencia a estar acompañado y a disponer de un referente amoroso constante)

·         el egoísmo.

Para colmar ambas aspiraciones, estos individuos están continuamente envueltos en relaciones, pero marcando distancias y asumiendo un papel de privilegio fundamentado en la ambigüedad y la incertidumbre que provocan a su compañero. De esta manera, siempre están con alguien y, al mismo tiempo, se sienten los importantes de la relación y con una libertad que les facilita entrar y salir de la pareja a su antojo: cuando apetece, quedan a cenar con la otra persona; cuando no apetece, se van de marcha o simplemente se quedan en casa viendo una película, pero sabiendo que hay alguien ahí permanentemente y al que tienen dominado.

Los dependientes oscilantes quieren tener pareja y estar solos a la vez, y lo consiguen con este comportamiento ambiguo y desconcertante con el que atan con fuerza a sus compañeros.

La aparición de la dependencia emocional en estas personas se deduce de dos hechos:

a)    El análisis del historial de parejas.

No es posible que individuos que abominan del amor y de las ataduras de las relaciones estén continuamente inmersos en ellas: al que no le gusta algo, no lo hace y ya está. Estas personas dicen una cosa y hacen lo contrario, lo que nos invita a pensar que les gustan las relaciones mucho más de lo que manifiestan; lo que ocurre es que mantienen esta "versión oficial" sobre su comportamiento para así adoptar una postura distante y poco comprometida que les facilite la satisfacción de sus intereses egoístas y, con ellos, el placer de dominar en la relación al compañero, placer que infla de manera artificial el ego del dependiente oscilante. Así como el dependiente estándar busca idealizar a la pareja, el oscilante (y, como veremos, el dominante también) quiere satisfacer sus necesidades afectivas, pero potenciando su ego, convirtiéndose en el centro de su interés. Para el dependiente estándar, dicho centro está en la pareja; para los dependientes atípicos como el oscilante y el dominante, el centro de interés son ellos, lo que redunda en un proceder más egoísta.

b)   La reacción de estas personas tras una ruptura.

Dichas personas se pueden tirar años diciendo a su pareja que sólo son amigos, que van a tener relaciones íntimas y poco más, que van a continuar ocultándoles.... y sin embargo, si el compañero se harta y rompe la relación de una manera firme y clara, entrarán en un estado de pánico y desesperación sospechosamente parecido al síndrome de abstinencia. Pasarán a tener ansiedad, a echar de menos mucho a su compañero, a suplicarle que reconsidere su decisión y a prometerle que cambiarán y que ahora se han dado cuenta de lo mucho que les importaba. La necesidad afectiva frustrada pasará a tomar el control de los mandos del dependiente oscilante, que verá cómo sus planteamientos han saltado por los aires con la ruptura. Si convencen a su expareja, reanudarán la relación y, al poco tiempo, cuando estén convencidos de que tienen a la otra persona ganada de nuevo, volverán con su anterior comportamiento de desinterés y ambigüedad.

No obstante, esta reacción de angustia -que se puede mantener si no se arregla la ruptura- nos avisa de la importancia desde un punto de vista afectivo que estaba teniendo la pareja para estas personas, a pesar de todo lo que decían. Son individuos que quieren tener parejas y estar solos al mismo tiempo, para así disponer de las ventajas de ambas situaciones sin renunciar a ninguna. Son personas que lo quieren todo, y esto trae consecuencias nefastas.



2)   El dependiente emocional dominante

Como el dependiente oscilante "mata varios pájaros de un tiro" teniendo una relación y saliendo de ella cuando desea, el dominante lo hace teniendo pareja y oprimiéndola de forma agresiva, tiránica. La agresividad del oscilante es más sutil, en forma de desprecios, silencios o minusvaloración; la del dominante es más directa y contundente. Pueden llamar la atención las referencias a la agresividad en personas que, en teoría, tienen dependencia emocional, y por lo tanto desean mucho afectivamente a sus parejas: por increíble que parezca, esto es tristemente compatible.

   A la aparición simultánea de sentimientos contradictorios hacia una misma persona se le llama ya desde el psicoanálisis "ambivalencia", y en el caso del oscilante ya se manifiesta, pero en el caso del dominante es lo que preside la interacción entre él y su compañero.

El origen de la ambivalencia radica en los sentimientos y pautas de relación del individuo con sus seres más significativos, pautas que se crean en la infancia y se desarrollan en los años posteriores. Cuando dichos sentimientos son contradictorios y, además de la lógica tendencia afectiva hacia los seres familiares más próximos, a parecen también intenciones hostiles por recibir el sujeto un trato inadecuado o frustrante emocionalmente, se crea la ambivalencia. La ambivalencia es la coexistencia de sentimientos opuestos hacia una persona, y es una pauta o molde que se aplica a otras relaciones con otras personas significativas, como la pareja. Se quiere y se odia en diferentes proporciones y también según las circunstancias, pero hay un poco de todo.

La peculiaridad del dependiente emocional dominante es que más que querer, necesita: de ahí su consideración de dependiente. Presenta un enganche afectivo muy fuerte hacia su pareja y la quiere para él, en una especie de fusión o de simbiosis que estima fundamental para su vida. A diferencia del dependiente oscilante, no tiene reparo ninguno en implicarse, incluso exageradamente, en la relación; de hecho, en sus primeras fases, son personas que sólo muestran la cara positiva y colman de regalos, atenciones y piropos a su compañero, con el que desean estar a toda hora. La desproporción y obsesión enfermiza presentes en estos gestos delatan al que más adelante mostrará una cara negativa caracterizada por la posesividad y la hostilidad. La posesividad tiránica y la aparición de control, vigilancia y restricciones a la vida de la pareja son la representación del deseo de exclusividad del dependiente emocional dominante, pero que se producen en una persona que no busca asumir un papel subordinado en la relación, sino uno de dominio, de mandato sobre el otro. Así, los dependientes emocionales dominantes se convierten en férreos controladores de sus compañeros imponiéndoles todo tipo de normas: con quién pueden o no hablar, cuándo tienen que llegar a casa, si reducen más o menos su contacto con amigos o familiares, qué ropa pueden llevar puesta, etc.

Además de esta posesividad, destaca la gran hostilidad que manifiestan y que en muchas ocasiones deriva en malos tratos tanto físicos como psíquicos.

El origen de esta hostilidad es doble:

a)    Una parte prefijada en esas pautas de relacionarse con los demás que estos individuos han interiorizado durante sus vidas. Son personas acostumbradas a necesitar afectivamente por sus carencias, y a odiar precisamente como reacción vengativa a dichas carencias o a otro tipo de malos tratos recibidos: su afectividad está perturbada y están acostumbradas a asociar amor y odio.

b)    Al exteriorizar dicha agresividad, se encuentran a lo largo de sus trayectorias vitales que poseen capacidad de intimidar y dominar, algo que de manera artificial les sube el ego y

les hace sentirse poderosos. Esta inflación del amor propio les compensa en parte las frustraciones afectivas recibidas: el problema es que suelen ser individuos que no despuntan lo que les gustaría y no tienen el reconocimiento social que les haría sentirse superiores e importantes, lo cual origina un orgullo herido permanente que todavía incrementa más su frustración y, con ella, su agresividad.

Dicho de otra manera, son personas con insatisfacciones afectivas acumuladas de los demás, y con insatisfacciones en su ego porque les gustaría dominar a todo el mundo y sentirse muy poderosos, pero no lo consiguen. Las dos insatisfacciones las pagan con sus parejas, algo que les sirve de descarga y, al mismo tiempo, de pequeña fuente de gratificación de su ego. Además, y paradójicamente, las parejas son casi en exclusiva las únicas personas en las que vuelcan su necesidad afectiva excesiva, estando desconectados emocionalmente del resto de individuos porque son sujetos "enfadados con el mundo": de ahí sus intenciones de destacar respecto a los demás y sentirse superiores a ellos.

Esta forma especial de dependencia emocional es mucho más frecuente en varones que en mujeres, de la misma manera que la anteriormente descrita, la oscilante.

Las mujeres presentan una mayor capacidad de conexión afectiva con los demás, lo que les dificulta enormemente desvincularse emocionalmente y permitir que la agresividad se mezcle con dicha afectividad. En los varones, por factores culturales y biológicos, es más asequible la salida de la desvinculación afectiva y, con ella, la fusión de sentimientos de amor con los de agresividad.

Los dependientes emocionales dominantes se corresponden con los "objetos posesivos" que he descrito anteriormente, y esto se debe a que son muy atractivos para los dependientes emocionales normales, mucho más si presentan un grado bastante alto de baja autoestima y desequilibrio psicológico. Los dependientes normales encuentran muy seductor y atractivo el comportamiento hostil y agresivo del dependiente porque lo interpretan como un signo de poder, y además se identifican con su parte más vulnerable y carencial porque ellos mismos también la poseen. Los dos individuos se reconocen como faltos de cariño y perciben similitudes entre ellos que el resto de personas no adivinamos, creándose lazos muy fuertes entre ellos.

Dentro ya de la relación, la tendencia dominante de estos dependientes especiales va poco a poco hundiendo y machacando la personalidad sumisa del otro dependiente emocional, provocando una disminución de la ya maltrecha autoestima que a veces desemboca en una anulación total a merced de los actos y de las ideas de la pareja maltratadora, que continúa descargando en su compañero las frustraciones interpersonales y del ego.

En resumen, las dependencias emocionales atípicas como la oscilante o la dominante nos enseñan que la necesidad afectiva extrema propia de este cuadro se puede mezclar con otros elementos enfermizos, siempre relacionados con la agresividad. El oscilante manifiesta su hostilidad con una actitud permanente y falsa de desinterés y desprecio, mientras que el dominante la exterioriza de una manera más evidente y en un contexto de relaciones de pareja muy simbióticas, con un grado muy elevado de posesividad.


Centro de Psicología María Jesús Suárez Duque

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