OBJETIVOS PARA LAS RELACIONES CON LOS
DEMÁS
Se han de tratar en unas
circunstancias más tranquilas, libres del síndrome de abstinencia y
preferiblemente de cualquier otra relación sentimental durante un tiempo, algo
perfectamente posible a pesar de los intentos por parte de la necesidad
afectiva de buscar una nueva situación de este tipo.
Los objetivos a trabajar la
dependencia emocional no giran necesariamente en torno al mundo de la pareja e
incluyen, por ejemplo, los interpersonales o los relacionados con la
autoestima. Realmente, la dependencia emocional es un problema que se
manifiesta con toda su crudeza en las relaciones de pareja pero que no se
limita solamente a este ámbito, sino que está presente en todas las facetas
afectivas del individuo. De hecho, un desequilibrio en los suministros afectivos
que todos tenemos es el motivo de la aparición de la necesidad afectiva; pues
bien, el adecuado restablecimiento de estos suministros supondrá
obligatoriamente una serie de ajustes en todos los ámbitos emocionales del
sujeto. Por lo tanto, para erradicar la dependencia emocional hay que mejorar
en las relaciones con los demás, en las relaciones del sujeto consigo mismo y,
por supuesto, en las relaciones presentes o futuras de pareja.
Dejar de agradar por
necesidad
Dentro
de los objetivos interpersonales, el más importante es la necesidad de agradar,
que no todos los dependientes emocionales deberán considerar, aunque sí la
mayoría.
Los
dependientes tipo B presentan en menor medida esta tendencia a agradar por
necesidad a los demás porque están desvinculados parcialmente del entorno: eso
sí, con un círculo reducido de personas como amistades más íntimas o familiares
sí pueden manifestar esta pauta de comportamiento, y por supuesto con la
pareja. Por lo tanto, todos los dependientes tipo A deben establecer la
necesidad de agradar como uno de sus primeros objetivos para mejorar, mientras
que sólo algunos de los tipo B tendrán que actuar de manera similar.
Agradar
a los demás es algo que todos hacemos en mayor o menor medida continuamente y,
por lo tanto, no se debería considerar como algo problemático o enfermizo. Los
dependientes emocionales también agradan a los demás de una forma sana.
¿Dónde está el inconveniente?
En
que hay ocasiones en las que agradar a los demás no es positivo, adecuado o sano,
y si el individuo necesita agradar para sentirse bien lo hará también en dichas
ocasiones. El problema, entonces, es
agradar por necesidad, por una sensación de obligatoriedad que sacude al
dependiente cuando no actúa de esta manera.
Por
"agradar" Castelló (2012) entiende todo comportamiento que se efectúa
para dar satisfacción a otra u otras personas, lo soliciten dichas personas o
no. Existen infinidad de ejemplos de este tipo de comportamientos: escuchar los
problemas de otro, solucionar sus asuntos, darle la razón en lo que diga,
considerar su punto de vista, defender su posición, no llevar la contraria,
estar disponible en todo momento, realizar cosas que van a ser bien acogidas
por la otra persona, proporcionar cuidados o desvivirse.... Algunos de estos
comportamientos son positivos y otros no tanto, sobre todo cuando se llevan al
extremo.
¿Cómo distinguir cuándo agradar es positivo y
cuándo no?
Por
regla general, debemos quedarnos con la idea de que agradar es siempre
positivo, porque, de lo contrario, podremos excedernos en nuestro celo de
vigilar esta pauta. El ser humano es un ser social y necesitamos los unos de
los otros: agradar es una parte fundamental del ajuste de unos individuos con
otros. Por ejemplo, cuando saludamos a un vecino estamos agradándolo, o cuando
entramos puntuales en el trabajo, o cuando respetamos el turno en una cola.
¿Realmente actuamos de esta forma porque nos
apetece?
No,
lo hacemos como algo normal, pero para adaptarnos a un grupo en el que hay que
considerar el punto de vista de los demás. Pensemos en lo que sucedería si no
saludamos al
vecino, si no entramos puntuales en el trabajo
de forma sistemática y excesiva, o si no respetamos el turno en la cola: nos
considerarían antipáticos, poco formales... Agradar a los demás, considerar su
perspectiva sin atender exclusivamente a la nuestra, es algo beneficioso para
el ser humano
¿Cuándo agradar es algo negativo, perjudicial para
nosotros?
a)
Si al
agradar al otro se vulneran nuestros intereses de una manera importante
Cuando alguien actúa saltándose esta excepción,
está poniendo la posición de la otra persona por encima de la suya. En casos de
conflictos serios de intereses es fundamental
que
nos decantemos por nuestra persona, sin que esto signifique pisotear la
posición del otro o no ser sensibles a ella.
Realmente,
en todo acto de agradar hay una pequeña vulneración de nuestros intereses, pero
que es tan poco relevante que lo más positivo es sacrificarlos con el fin de
mejorar nuestros lazos sociales. Por ejemplo, si una persona llama a otra para
contarle un problema que le ha ocurrido, la que escucha ese problema no tiene un
interés real en el mismo y está perdiendo su tiempo, pero este inconveniente es
mínimo. Existe un cierto sacrificio de la posición personal, pero palidece en
comparación con el servicio que le estamos
proporcionando
a nuestro interlocutor. De la misma forma, si un compañero de trabajo le pide a
otro cambiar un turno de almuerzo por un problema personal, seguramente cause
un ligero malestar, pero sea mucho menor al favor que se ha realizado.
No
obstante, estos mismos dos hechos propuestos como ejemplos pueden tener matices
diferentes en los que el comportamiento más positivo sería otro. Imaginemos que
la persona que habla por teléfono con otra que le está contando un problema
debe marcharse a trabajar porque se le hace tarde. En este caso, el malestar ocasionado
si continúa agradando al otro ya no es leve, sino que alcanza otra magnitud.
Igualmente, en el caso del cambio de turno de almuerzo, si el trabajador al que
se le solicita el favor tiene un inconveniente importante (por ejemplo, otro
asunto personal, o desavenencias con los compañeros de ese otro turno de
almuerzo) también podremos afirmar que ya no es un malestar ligero el que sufriría
agradando al otro, sino uno más relevante.
Con
estas variantes en las situaciones, podemos convenir que agradar a la otra
persona vulneraría los intereses del sujeto, le haría un favor a alguien
perjudicándose a sí mismo. Como es lógico, es preciso utilizar el sentido común
para todas estas cuestiones, y hay que aplicar una cierta proporcionalidad para
determinar si se actúa de una manera negativa o positiva. Por ejemplo, si
llegamos tarde al trabajo, pero presenciamos un accidente de tráfico, lo más
normal es que vayamos a ayudar, aunque esto vaya en contra de nuestro interés:
en esta situación, es enormemente superior el beneficio que ocasionamos en los
demás que el perjuicio que sufrimos, aunque sea importante.
Realmente,
aunque todo esto parezca algo complejo, dentro de nosotros mismos nos damos
cuenta de cuándo actuamos correctamente o no. Si una persona agrada por sistema y lo hace también cuando va en contra
de sus intereses, en su interior percibe por su estado de ánimo que no se ha
hecho valer, que ha quedado muy bien con el otro pero que no se ha defendido a
sí mismo. A veces, el estado de ánimo es nuestro mejor indicador de que
algo falla en nuestro comportamiento.
b)
Si se
agrada a personas que no se lo merecen, es decir, que no actúan de una manera
similar con nosotros
Esta
excepción puede pasar desapercibida, pero es de enorme importancia porque
incide en gran medida en el desequilibrio interpersonal tan común en los
dependientes emocionales, que agradan a personas que se aprovechan de ellos.
Por ejemplo, en el caso del individuo
que atendía telefónicamente a otro que
le exponía un problema personal. Imaginemos que la persona que escucha al teléfono en otras ocasiones ha intentado contar a su interlocutor circunstancias o
problemas propios, y que no ha obtenido
interés ni respuesta alguna, sino un cambio brusco de tema. Esta situación, por cierto, es muy habitual en las
relaciones de pareja del dependiente
emocional: sus conversaciones sobre temas
propios aburren sobremanera al objeto, que exige atención desmedida cuando relata sus vivencias, lo que ocasiona un
desequilibrio interpersonal enorme.
En el caso del trabajador al que un compañero le solicita un cambio de turno de almuerzo. Imaginemos ahora que dicho trabajador le ha
pedido en varias ocasiones un favor
similar a su compañero, y este, pudiendo hacerlo sin problema alguno, le ha negado dicha solicitud. En ambos ejemplos, observamos que agradar a la otra persona, aunque
no vulnere intereses personales como
en la excepción anterior, sí nos indica un claro desequilibrio interpersonal por el que no hay un toma y daca, una reciprocidad. Sólo una de las dos
partes de la relación es la que debe
beneficiar a la otra. En este tipo de situaciones, agradar al otro es negativo para nosotros porque debilita nuestra autoestima en tanto estamos siendo partícipes de
una injusticia, de un desequilibrio.
De la misma forma, si saludamos a un vecino cuando nos lo encontramos todos los días y este nunca nos devuelve
elsaludo, continuar haciéndolo es algo que nos perjudica.
Esto no significa que haya que
conducirse por el rencor, porque el hecho de no agradar a personas que no son
recíprocas con nosotros o que no se lo merecen no tiene que fundamentarse en la
venganza o el resentimiento, sino en la búsqueda del equilibrio con los demás. Si
agradamos a otros que por sistema e intencionadamente no nos agradan a
nosotros, estamos dando una señal a los demás y a nosotros mismos de que los
otros son más importantes, de que merecen un trato especial, y de que nuestra
persona no lo merece. Estamos siendo partícipes de una injusticia, y nuestra autoestima
se resiente. Pensemos en una persona que tiene un paquete
En
esta excepción a la regla general que afirma que agradar es positivo, es
fundamental que no nos dejemos llevar por un comportamiento rencoroso sino por
una búsqueda de la justicia y del equilibrio. Si recibimos cinco, daremos cinco
y no cincuenta; si recibimos uno, daremos uno y no cien. Eso sí, en caso de que
cambie la situación para mejor, podremos revisar nuestro comportamiento y
actuar a la par buscando, una vez más, el equilibrio, lo que ratificará que la
intención no era vengativa sino de búsqueda de justicia.
En
cuanto a las dos excepciones expuestas, está claro que a algunas personas les
puede costar dejar de agradar en esas dos circunstancias porque "les sabe
mal" o les da la impresión de que dejan de ser buenas personas. Esto es
una gran equivocación. Ser bueno está muy bien y es una grandísima virtud, pero
por justicia debemos ser buenos con todo el mundo, y en ese gran grupo entramos
también nosotros. Los dependientes emocionales, sobre todo los tipo A, reciben
continuamente palmaditas en la espalda que les recuerdan lo buenos que son con
los demás: ¿buenos o poco problemáticos? ¿buenos o poco conflictivos? ¿buenos o
que "tragan" con lo que se les demanda y, porculpa de los precedentes
creados, incluso se les exige? Sí, buenos con los demás, pero injustos y
crueles consigo mismos, lo cual pulveriza literalmente su autoestima. Buenos con
los demás, pagando un precio que nunca se debe pagar y que es caldo de cultivo
para aguantar en una relación de pareja lo que nunca se de be aguantar
¿Por qué se actúa de esta manera? ¿Por qué los
dependientes emocionales agradan a los demás no sólo cuando es positivo hacerlo,
sino también en esas dos excepciones en las que es negativo?
Porque necesitan hacerlo, por una necesidad
que proviene de su inmenso miedo al rechazo. Precisan tanto ser queridos y
acogidos -recordemos su tendencia al uso casi exclusivo de su suministro
afectivo externo en detrimento del interno- que desviviéndose por los demás
piensan que no les van a abandonar.
Dentro
de este "desvivirse" está el comportamiento tan particular de la
codependencia, que para mí es igualmente dependencia emocional, como es el de
los cuidados excesivos y el involucrarse en exceso por los problemas ajenos. El
individuo se siente útil y piensa que siendo el enfermero o el asistente de
alguien se va a ganar su aceptación y su cariño: "yo solucionaré tus
problemas, pero tú quiéreme". Además de la necesidad compulsiva de agradar
para obtener aceptación, en la clásica codependencia también hay una
identificación con la persona problemática (un adicto, un enfermo, un individuo
con una vida atormentada) por la que el dependiente trata a dicha persona como
un espejo suyo, reflejándose en su dolor y en la sensación compartida de estar
ambos sujetos marcados por la falta de cariño y el desarraigo.
En
resumen, la necesidad imperiosa de agradar
obedece al deseo de aceptación y al miedo al rechazo, es algo que se hace
por hábito pero que cuando se plantea dejar de llevar a cabo es cuando aparece
dicho miedo, que, como podemos imaginar, será el principal obstáculo para la
erradicación de esta pauta.
En
este sentido, lo que el dependiente
deberá hacer es reafirmarse en su convencimiento de luchar contra sus problemas
y contra su necesidad afectiva. Una vez se cargue las pilas, habrá que
actuar con total normalidad pero evitando agradar en las excepciones que he
expuesto antes: si hay conflicto de intereses, el individuo debe decantarse por
sí mismo (eso sí, con sensibilidad y delicadeza porque no es necesario ser
brusco); si se produce la situación de agradar a alguien que no corresponde,
habrá que hacerlo buscando equilibrio, o sea, haciéndolo aproximadamente hasta
el punto al que llega el otro, sin pasarse. En el ejemplo anterior, o bien se
desvía el tema para no escuchar los problemas del interlocutor -que, a su vez,
había actuado de forma similar con el sujeto- o sí se le escucha, pero se le
fuerza a atender posteriormente los problemas y circunstancias propios aunque
no le interesen. La cuestión es que quede claro que hay un cambio de reglas en
el que va a imperar el equilibrio, y no los privilegios.
Para
actuar así, conviene previamente reflexionar durante unos cuantos días y
detectar las situaciones cotidianas en las que se produce dicha tendencia a
agradar, para entrenarse en la identificación de dichas situaciones.
Posiblemente, el sujeto se sorprenderá de hasta qué punto se trata de un
comportamiento muy arraigado. Una vez se detectan estas circunstancias, hay que
comenzar a erradicar la necesidad excesiva de agradar con hechos concretos que
se pueden reflejar en una libreta de logros, porque esto ayuda a crear hábito y
también es positivo para repasar los éxitos obtenidos y aprender de los
errores.
Por
último, es fundamental que el dependiente emocional analice las consecuencias
de esta nueva forma de proceder, porque en teoría y de acuerdo a sus
planteamientos iniciales, actuando así obtendrá falta de aceptación y rechazos.
Lo más normal, con muchísima diferencia, es que los demás se sorprendan de que el
dependiente se haga valer y defienda su posición, pero que, una vez asimilada
esta sorpresa, se adapten sin problema alguno y mantengan su relación
exactamente igual. Es más, el dependiente observará cómo no sólo no se produce
rechazo alguno, sino que se incrementa el respeto y la cotización de los demás
hacia él, porque los demás nos valoran si nosotros también nos valoramos.
En
este sentido, una de las consecuencias más habituales de dejar de agradar por
necesidad es que, poco a poco, los otros recurren menos al dependiente y le
piden menos favores, algo que indica que ofrecía excesivas facilidades y que
los demás se aprovechaban de esa circunstancia.
No buscar nuestra
valoración y nuestro sentido en los otros
Este
comportamiento es muy habitual en los dependientes emocionales por su falta de
autoestima y su tendencia a centrarse en ser queridos y acogidos, focalizando
su atención exclusivamente en este tipo de circunstancias. Cuando una persona
busca su valoración y su sentido en los demás está realmente deseando una
validación personal en el exterior, como si fueran los otros los que tuvieran
que darle su lugar en la vida, su importancia como individuo.
Las
consecuencias de esta actitud son diversas, y por supuesto no son positivas
para la autoestima del dependiente emocional:
a) El individuo se convierte en alguien
excesivamente centrado en los demás, en el "qué dirán" o en lo que
pensarán sobre él. Al buscar el sentido propio y la valoración
en los otros, se observa en demasía cómo se producen esos juicios, cómo
consideran los demás al sujeto.
b)
La
excesiva fijación en la valoración ajena produce que el individuo se olvide de
la suya propia.
Al final, los únicos jueces del comportamiento son los demás, ignorando el dependiente emocional por sistema la consideración que realiza de su propio proceder. Por tanto, también en la valoración de la persona se produce la descompensación en cuanto la sobrevaloración de la atención exterior en detrimento de la interior.
Por ejemplo, imaginemos a una persona que realiza una exposición oral en clase y que luego recibe la evaluación del profesor, que es negativa. Un dependiente emocional, sobre todo si es de tipo A, tendría muy claro que su desempeño no ha sido el adecuado, de la misma forma que si fuera un trabajador que realiza un informe que es devuelto con numerosas correcciones por parte de su jefe. Sin embargo, sólo una persona (el profesor en el primer ejemplo, el jefe en el segundo) ha juzgado el trabajo del dependiente, que se ha quedado únicamente con esta valoración. ¿Dónde está la suya? ¿Qué sucedería si los compañeros de clase o del trabajo de esta persona le dijeran que no están de acuerdo con ese juicio tan negativo? ¿Cambiaría entonces milagrosamente su valoración?
Pero no sólo podemos proponer situaciones
relativas al rendimiento sino también a la valoración global del sujeto.
Imaginemos que es la hora del almuerzo en el trabajo, y que la persona con la
que a veces se queda para tomar café ya se ha marchado sola. Un dependiente
emocional se vendría abajo pensando que no es alguien lo suficientemente
interesante o querible, se sentiría abandonado y rechazado, poco importante.
Una vez más, la valoración propia estaría dependiendo de la percibida de los
demás, en este caso concreto de una sola persona.
¿Es justo que la valoración
que haga el dependiente de sí mismo se fundamente sólo en juicios del exterior?
No es justo, porque sólo se escucha una voz,
que es la que proviene de fuera del sujeto; por lo tanto, si el individuo tiene
la desgracia de pertenecer a un entorno poco amistoso y razonable, estará
depositando
su importancia y su sentido en la vida en
personas que no son buenas influencias. En todo caso, aunque el entorno sí
fuera amistoso y razonable, sería también dañino necesitar reafirmaciones de
dicho entorno para que validen al sujeto como persona digna de merecer aprecio.
Uno de los aspectos distintivos de las personas
con una adecuada autoestima es que escuchan la voz de los demás, pero no se rigen
única y exclusivamente por ella; es decir, son personas que escuchan también su
propia voz. ¿Por qué?, es muy sencillo: porque no tienen tanto terror al
rechazo y desean relacionarse con los demás, pero no lo necesitan de una manera
desesperada, lo que les permite ser
selectivos y autosuficientes sin ser insociables.
Escuchar la propia voz y buscar una validación
interna de uno mismo es fundamental para que el individuo se relacione mejor
con los demás, sin buscar de ellos el sentido de la propia
existencia porque no lo
tienen. Por ejemplo, si la persona que efectúa la exposición oral o entrega el informe
en el trabajo está convencida de que lo ha hecho bien, tendrá que escuchar su
propia voz y considerar su criterio. Esto no quiere decir que no haga caso de
las valoraciones ajenas, pero sí que las ubique en su justo lugar y que no las
utilice como único fundamento. Quizá el profesor o el jefe no son muy fiables o
pecan de arbitrarios también con otras personas; o quizá el individuo pensaba
que había realizado sus trabajos correctamente, pero los argumentos de los
demás han sido convincentes y le han hecho ver los errores que existían. La
cuestión es que, en cualquier caso y sea cual sea la valoración definitiva que
el individuo haga de su rendimiento, no se fundamente sólo en la que recibe de
los demás, sino que considere de una manera muy relevante la suya propia. En el
caso de que una persona se quede descolgada en un almuerzo. Si esta persona
otorga su sentido vital y su importancia como individuo a un compañero de
trabajo, verdaderamente está dejándose a la altura del betún. No es posible que
alguien deposite algo tan trascendental como la valoración propia a otra u otras
personas, que pueden tener mil y un motivos para mostrar tanto comportamientos
de acercamiento como de lejanía. Quizá el compañero que se marchó antes a
almorzar lo hizo porque se sentía indispuesto o porque iba a realizar un asunto
personal, o quizá se fue antes de tiempo porque realmente pensaba que la otra
persona no era una grata compañía. En el primer caso no habría debate, pero en
el segundo, ¿realmente significaría este comportamiento que, efectivamente, el
sujeto es alguien poco importante o válido para estar con los demás?
Lo que habría que hacer en esta situación es
escuchar no sólo la voz del compañero del trabajo, sino añadir la propia. Ese compañero
quizá es alguien arbitrario o que sólo busca relacionarse por interés, y
entonces su opinión no es relevante para juzgar la valía personal de nadie. O
quizá es alguien juicioso pero que ha podido, por algún motivo, cambiar su
opinión sobre el individuo en cuestión por algún malentendido en el trabajo,
por ejemplo, lo cual reflejará un simple enfado y nada más, no una
consideración global del dependiente emocional como alguien poco válido, poco
importante o poco querible.
Sólo el alejamiento o el rechazo claros de un
grupo muy notable de personas nos tiene que hacer reflexionar sobre nuestro comportamiento
hacia ellos, pero nunca sobre nuestra valía
como personas. Es
decir, nuestra persona no está en un juicio permanente o en un examen de aceptación
por parte de los demás; no necesitamos una validación o una reafirmación del
exterior.
Como mucho, nos llegan valoraciones sobre
nuestro rendimiento que debemos incorporar a las nuestras, o movimientos de
acercamiento o de alejamiento que son propios de las relaciones humanas pero
que no determinan nuestra valía como individuos, que está fuera de toda duda.
Si con nuestra forma de ser obtenemos un rechazo generalizado -algo que no es
demasiado frecuente, salvo en algunas personas conflictivas- debemos realizar
examen de conciencia, que implica escuchar nuestra propia voz, para determinar si
estamos haciendo algo mal, pero no para dejar de considerarnos válidos como
individuos.
Uno de los grandes objetivos interpersonales
para el dependiente emocional y, por extensión, para cualquier individuo, es el
de no abrir las puertas de su persona a cualquiera. Dicho de
otra forma, el de ser selectivo con los demás, el de distinguir entre buenas y malas
influencias y decantarse, como es lógico, por las primeras, distanciándose de
las últimas.
Empezar a ser selectivos
con los demás
Una buena técnica para ayudar al dependiente
emocional a dilucidar si sólo está utilizando la valoración ajena es
externalizar las situaciones, es decir, imaginar que le están ocurriendo a otra
persona. Por ejemplo, si el dependiente imagina que es a otro compañero al que
le dejan plantado en la hora del almuerzo, ¿pensaría que es un ser poco
querible, desarraigado o poco importante? Posiblemente, sólo pensaría que estas
cosas pasan, que al otro compañero quizá le ha surgido un imprevisto o que, en
el peor de los casos, él se lo pierde, pero ni se le pasaría por la cabeza
considerar que por este hecho ha perdido sustancialmente su valor como
individuo.
Por desgracia, en lo que a asuntos de
autoestima se refiere, los dependientes emocionales y muchas personas tienen
dos varas de medir: una, la que aplican con ellos mismos; otra, la que utilizan
con el resto.
Por lo tanto, es muy importante que el dependiente emocional se acostumbre a escuchar
su propia voz, a no asimilar tan rápidamente una crítica sin reflexionar si
está justificada, a valorarse si considera que se lo merece independientemente
del sentido de las valoraciones ajenas, a no ponerse en duda como persona por situaciones
que se den con los demás...
Para un dependiente emocional, sobre todo si es
del tipo A, debe ser una auténtica declaración de intenciones para cambiar de
rumbo su vida, porque son personas que se acostumbran a ser tan poco selectivas
que están frecuentemente rodeadas de pésimas influencias.
Son sujetos tan necesitados de cariño que
consideran el rechazo como una auténtica tragedia, provenga de quien provenga,
y en la medida en que su círculo interpersonal sea de peor calidad su
autoestima también mengua, por lo que se produce un círculo vicioso. En este
círculo, la autoestima, que ya es baja, disminuye más por la actuación de
determinadas personas que actúan en base a su propio interés o que son
"parásitos" e incluso hostiles, con lo que, paradójicamente, el
dependiente incrementa su búsqueda de afecto y su acercamiento a ellos. Hay que
tener la autoestima bastante baja para que se produzca este fenómeno por el que
el individuo deja de ser selectivo con los demás, y en el caso de los dependientes
emocionales esto ocurre así.
La meta principal es la de obtener de las otras
relaciones sanas que incrementen la autoestima y que satisfagan las demandas
afectivas que todos tenemos; dicho de otra forma, conseguir que el suministro
emocional externo realice sus aportaciones sin recurrir en exceso a él y sin
que esas aportaciones sean contraproducentes.
Es fundamental que el sujeto elija bien con
quién y cómo se relaciona: debe terminarse la permisividad que antes existía
por la que las malas influencias campaban a sus anchas amparándose en el deseo
de aceptación y el miedo al abandono. A partir de ahora, hay que pensar que
cualquiera no vale para relacionarse de una manera significativa con el
dependiente, sino que se lo va a tener que trabajar y viceversa.
Conectar de forma adecuada con la gente
Sólo
hay que buscar relaciones sanas y equilibradas con los demás en las que el
dependiente se considere importante y bien tratado, sino que dichas relaciones
deberán producirse en su justa medida. Las personas necesitamos
estar con los demás, pero también necesitamos nuestra intimidad, sentir que
somos autosuficientes en todos los terrenos, incluido el afectivo. En
ocasiones, los dependientes emocionales, para evitar su temor a la soledad, tienen
la agenda totalmente abarrotada: esto, en exceso, es algo negativo para ellos.
Por supuesto, no hay que ser radical en este tipo de planteamientos y, por
ejemplo, no hay problema en que los fines de semana estén cubiertos de planes:
la cuestión es que no se haga de una
forma deliberada para evitar tener angustia, y que se intente compensar entre
semana disponiendo de ratos libres.
Estar solo en ocasiones no es ningún drama ni
significa que nadie esté solo, abandonado o rechazado: esta es una de las
manipulaciones favoritas de la necesidad afectiva, que parece que el dependiente
emocional intenta contrarrestar rodeándose al máximo posible de otras personas.
Al final, lo que obtiene es la insistencia en el error habitual, que consiste
en creer que la solución a los problemas está en incrementar sus aportaciones
afectivas del exterior, cuando es precisamente, al contrario.
Está claro que el dependiente, al sentirse
arropado, aceptado o protegido, se encuentra mejor a corto plazo, pero de nada
sirve esto si luego experimenta malestar y ansiedad al encontrarse solo.
En este sentido, conectar de una forma adecuada
con la gente supone un uso lógico y placentero de las relaciones sociales, pero
en su justa medida. No se trata de que el individuo se ciegue fusionándose con
los demás para dejar de sentirse "el patito feo", porque esto es
incierto: el dependiente debe revolverse contra estos planteamientos
devaluadores de la necesidad afectiva que le obligan a buscar su sentido
siempre acompañado de otras personas.
Una distribución adecuada de las relaciones con
los demás y de la intimidad es muy beneficiosa para el sujeto, que descubre que
no es ninguna tragedia encontrarse solo y que eso no significa que esté
abandonado o perdido por la vida. Es importante experimentar un grado de
autosuficiencia afectiva que indique que el individuo se realiza a sí mismo
aportaciones de este tipo, y también un grado de seguridad en las relaciones
que tiene con los demás, de manera que no sea preciso que continuamente se encuentre
rodeado de gente para garantizar que tiene su red social. Sería como estar
siempre en el trabajo para que nadie sienta que se encuentra en situación de
desempleo: las personas debemos adquirir seguridades y no estar permanentemente
comprobando y reasegurándonos de nuestras necesidades.
Centro de
Psicología María Jesús Suárez Duque
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Vecindario (Frente al Centro Comercial Atlántico, a la derecha de la oficina de
correos)
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