TRATAMIENTO DE LA DEPENDENCIA EMOCIONAL
Castelló comienza por el enfoque más adecuado
para combatir el "síndrome de abstinencia", que sucede tras una
ruptura. Empieza por aquí porque es muy frecuentemente motivo de consulta.
Asimismo, señala que el resto de las pautas propuestas no se podrán aplicar
correctamente hasta que dicho síndrome haya transcurrido; por lo tanto, lo más
lógico es abordarlo de una manera adecuada para que dure lo menos posible y
para que no sea tan doloroso. A continuación, se exponen tres grandes
objetivos: las relaciones
interpersonales, la autoestima o relación positiva con uno mismo, y la
preparación para futuras y sanas relaciones de pareja (o la gestión adecuada de
la que se esté produciendo, si es que no ha habido ninguna ruptura y el
individuo se encuentra acompañado). Al tratarse de rasgos de personalidad
complicados, habrá que tener paciencia para lograr los cambios.
Síndrome de abstinencia
El síndrome de abstinencia es el trastorno
mental caracterizado por:
·
Intensa
angustia
·
Pensamientos
obsesivos sobre la situación, sobre la expareja o sobre la culpa que
el dependiente se dirija a sí mismo
·
Depresión que
puede ser entre moderada y grave con ideas incluso de dejar de vivir
·
Deseos
tremendos de contactar con la expareja y de reanudar la relación, por
desastrosa que esta fuera
·
....
Origina un sufrimiento muy intenso, que muchas
personas se sienten incapaces de romper ante el temor de volver a
experimentarlo. Una simple llamada por parte de la expareja es capaz de
disolver, milagrosamente, toda la sintomatología del dependiente en estas
circunstancias.
Es importante considerar que los antidepresivos
y ansiolíticos no curan el síndrome, aunque sí pueden mitigar ligeramente los
síntomas de ansiedad como el insomnio, la tensión muscular, los problemas
gastrointestinales, la obsesividad...; su eficacia es más bien limitada por
tanto, lo ideal en estos casos sería asistir a terapia.
La necesidad afectiva
El
principal enemigo de la dependencia emocional es la necesidad afectiva. El
enemigo del dependiente no es su pareja, sus anteriores relaciones o el
infortunio, es algo enfermizo que lleva dentro y que le empuja a dirigirse a
las personas menos adecuadas por su falta de afecto, por su idealización de los
individuos que no le quieren de una manera sana y razonable. El enemigo del
dependiente es, también, el que le anima
a establecer relaciones de pareja desequilibradas y no de igual a igual, el que
se siente incómodo cuando hay interés y reciprocidad encontrando aburridas esas
relaciones.
El dependiente el enemigo lo lleva dentro, el problema está en él mismo y no está
fuera: son sus hábitos insanos, su costumbre de no ser querido y de no quererse
de forma sana, y de buscar desesperadamente el afecto y la aprobación los que
conforman a este enemigo. Todos estos rasgos los lleva dentro de sí el
dependiente emocional.
¿Por qué nos conviene
imaginarnos a este enemigo fuera del dependiente?
Por dos motivos muy importantes:
1) Externalizar
a la necesidad afectiva ayuda a que el dependiente no se identifique tanto con
ella, es decir, a que comience a coger extrañeza de comportamientos que han
sido siempre suyos pero que son inadecuados y enfermizos. No es lo mismo, por
ejemplo, que alguien diga que es preferible continuar la relación con un maltratador
antes que estar solo, que afirmar que es la necesidad afectiva la que le obliga
a seguir la relación pase lo que pase. En el primer ejemplo uno reconoce su
debilidad y asume con resignación algo enfermizo, mientras que en el segundo
ejemplo hay cierta distancia con el planteamiento porque, en cierto modo y con
carácter figurado, viene impuesto desde fuera, aunque sea por algo imaginario.
2) Considerar
a la necesidad afectiva como algo que está fuera del dependiente también ayuda
a que este se enfrente a ella, ayuda a que le coja la suficiente tirria
como para envalentonarse contra su enemigo. No es lo mismo aceptar con
resignación que uno es así o que está enfermo, que cambiar el planteamiento
pensando que uno está sufriendo y se está comportando de una manera negativa
porque algo desde fuera está ocasionando este perjuicio.
Contra algo externo nos podemos rebelar,
podemos apretar los puños, que es precisamente el lenguaje opuesto al que nos
propone la necesidad afectiva, basado en la debilidad, el dolor y la
resignación pasiva.
En resumen, externalizar a la necesidad afectiva ayuda al dependiente emocional a
identificarse menos con lo problemático de su vida para, así, tomar distancia
respecto a sus comportamientos enfermizos y plantar cara a los planteamientos
fruto de su dependencia.
El
término necesidad en este contexto denota urgencia, desesperación, como
el que tiene “necesidad de oxígeno”
El dependiente emocional actúa como aquel que se arrastra buscando afecto al precio que
sea.
El
comportamiento sano debería llamarse "deseo
afectivo" porque la relación con los demás, parejas
incluidas, tendría que ser un deseo, una intención de mejorar la calidad de
vida estableciendo vínculos positivos e intensos con personas que nos correspondan,
pero no una necesidad, una urgencia o una desesperación. El deseo afectivo
indica una intención o una predisposición que es lógica en el ser humano, pero
también nos indica un control de la situación y una selectividad, es decir, que
no a cualquiera le vamos a desplegar nuestros lazos afectivos porque no tenemos
una urgencia angustiosa que nos obligue a aceptar a quien sea y como sea. Desde
el deseo afectivo podemos vincularnos con aquellos a los que podamos querer y
de los que recibamos cariño, respeto y valoración; desde la necesidad afectiva, estaremos suplicando migajas de atención y
conformándonos con la simple presencia de alguien al que estaremos mandando un
mensaje de "cheque en blanco", de conformarnos con lo que sea porque
estamos desesperados. Y es que el planteamiento básico que la necesidad
afectiva formula al dependiente emocional es este: "si no estás acompañado de alguien, tu vida no vale absolutamente
para nada". Como es lógico, si ese "alguien" mueve los
cimientos de la persona por encontrarle interesante e idealizable, mejor que
mejor, pero lo que importa es que el dependiente no esté solo mucho tiempo y,
desde luego, que no esté sin pareja o sin algún candidato alrededor, porque
esto le dauna sensación de rechazo y abandono que le recuerda sus frustraciones
afectivas debido a sus patrones familiares.
La idea básica de la necesidad afectiva es que
el sujeto dependiente, por sí mismo, carece de valor, y que su vida sólo
adquiere sentido siendo un satélite de otra persona o estando junto a ella.
Según el tipo de dependencia, el centro de la
relación será uno mismo (por ejemplo con las dependencias oscilante y
dominante) o la pareja (como ocurre con la dependencia emocional estándar).
Pero siempre debe haber relación, sí o sí, esta es la idea de la necesidad
afectiva que el dependiente ha interiorizado y que considera absolutamente
normal, salvo que con propuestas de externalizar a la necesidad afectiva
considerándola una enemiga consigamos, poco a poco, que el sujeto abandone estos
planteamientos tan equivocados como enfermizos, porque, por muy cierto que el
dependiente perciba que su vida no tiene sentido sin alguien a su lado, esto es
mentira, es una manipulación de la necesidad afectiva que utiliza para conseguir
sus fines. Es una sensación tan falsa como inadmisible.
¿Por qué y cuándo
aparece este enemigo que es la necesidad afectiva?
Aparece por el mencionado desequilibrio entre
suministros afectivos. La necesidad afectiva tiene mayor protagonismo cuando el
individuo está bajo de ánimo, débil, desmoralizado y, sobre todo, cuando tiene
idea de abandono o de rechazo. Esto significa que su suministro afectivo
interno, ya de por sí menoscabado, todavía funciona en menor grado: se produce
en ese momento un intento de compensación por parte del suministro afectivo
externo, es decir, un intento de buscar todavía más cariño y aprobación pero ya
con un carácter de urgencia porque está produciéndose un déficit importante en
el suministro interno. Este intento es la necesidad afectiva, que aparece con
el mencionado déficit en el suministro interno con la falsa idea de que lo que
va a arreglar los males del dependiente es adherirse a alguien u obtener
migajas de cariño.
Las pautas familiares enfermizas que han
sufrido estos individuos les han dado la idea de que tienen unos fallos o
carencias que explican el hecho de que no hayan sido adecuadamente queridos: de
ahí que cuando se consideran rechazados o abandonados les sobrevenga el
desánimo, el hundimiento, y con él la urgencia de remediar esta situación
angustiosa buscando desesperadamente aprobación. Es decir, les han hecho
hipersensibles al rechazo y con la idea de que los problemas anímicos propios,
que son habitualmente -aunque no necesariamente- ocasionados por dicho
abandono, sólo se arreglan buscando a alguien. Todo esto es la esencia de la
necesidad afectiva, del enemigo del dependiente emocional, porque justamente el
gran problema del dependiente es que no arregla su déficit de suministro
afectivo interno potenciándolo, sino buscando una sobrecompensación del
externo.
En resumen, algo muy alejado del "deseo
afectivo" que es más controlado, tranquilo y selectivo, porque parte de un
equilibrio de los suministros interno y externo.
La necesidad afectiva es, entonces, una especie
de parásito oportunista que sobreviene cuando el individuo está más bajo de
moral, sea por el motivo que sea, aunque normalmente sea por causas de índole
interpersonal o emocional. En estas situaciones, en lugar de buscar con fuentes
y recursos propios la mejora de ese estado de ánimo, se "tira" de los
otros para incrementarlo, algo que es notablemente patológico porque redunda en
la idea de que uno mismo, de por sí, no tiene valor, sino que su valor se lo
dan los demás y, preferiblemente, aquel que en ese momento es la pareja.
Externalizar la necesidad afectiva ayuda a
comprender estos planteamientos y, poco a poco, a distanciarse de ellos para
comenzar una rebelión. Dicha rebelión, no es ni más ni menos que el intento de
compensar el déficit de suministros afectivos potenciando el interno, que es el
verdaderamente deficitario, y recurrir menos al externo, que es lo que plantea
la necesidad afectiva o, mejor dicho, lo que es la práctica habitual del
dependiente de la cual pretendemos salir. Una actitud de fuerza es justo la
contraria de la que propone la necesidad afectiva, es justo la contraria de la
que ha usado el dependiente emocional, que ha insistido en su fragilidad y ha
buscado la solución a sus problemas buscando compañía y aprobación al precio
que sea.
Considerando la necesidad afectiva como algo
que está fuera del dependiente y que es el enemigo a batir, es importante tener
en cuenta que la necesidad afectiva actúa de dos maneras:
1)
Mandando
La
necesidad afectiva, por su carácter de urgencia y desesperación, ordena con
inmediatez e impulsividad que el sujeto dependiente obedezca a sus
planteamientos, que obviamente
siempre giran en torno a buscar cercanía y
aprobación, sobre todo por parte de las parejas.
Ejemplos
de órdenes de la necesidad afectiva al dependiente emocional:
• Pedir perdón a la pareja por recriminarle sus
infidelidades, simplemente para evitar un enfado y un posible abandono.
• Llamar a un amigo cuando se iba a dedicar la
tarde a estudiar para un examen porque aparece la ansiedad al estar solo.
• Insistir una y otra vez, hasta el punto de
rebajarse, a la expareja para reanudar la relación rota.
• Empezar a salir con alguien que no atrae ni
lo más mínimo simplemente para no sentirse solo.
Todas estas órdenes, aparecerán con mayor fuerza
cuando el dependiente emocional esté más desmoralizado y con mayor sensación de
soledad y abandono, porque es aquí
cuando se acentúa el citado desequilibrio entre
suministros afectivos.
Además, dichas órdenes se efectuarán con un
lenguaje y unas sensaciones de lo más persuasivas, basadas en la angustia y la
desesperación.
2) Manipulando
Muchos
de estos mandatos los realiza el dependiente emocional víctima de engaños de la necesidad afectiva, que
utiliza una especie de "argumentario" con el que justifica sus
procedimientos. Los engaños son distorsiones
o transformaciones de la realidad que obedecen al planteamiento básico de
la necesidad afectiva, que es el de obligar al sujeto a estar siempre junto a
alguien porque, en caso contrario, su vida carece de sentido.
Ejemplos de estas manipulaciones típicas de la
necesidad afectiva:
• "Si mi relación se rompe me quedaré solo
para siempre" (dicho por una persona joven).
• "Me pone los cuernos porque lo
agobio".
• "Si no le probara la paciencia tanto, no
me pegaría".
• "Me ha dicho en un SMS que me quiere con
locura, por lo tanto así será" (sobre una persona que ignora por sistema
al dependiente y que tiene múltiples relaciones paralelas, manteniendo la
principal por intereses económicos).
• "No puedo evitar cogerle el teléfono, es
imposible".
Todas estas aseveraciones realmente se las cree
el dependiente porque las siente muy ciertas y con mucha intensidad. Pero por muy
ciertas que las sienta, no dejan de ser mentiras y manipulaciones que tienen
siempre la finalidad de conseguir que el sujeto permanezca como sea en sus
relaciones, o haga la posible por reanudarlas o iniciar otras. También las
personas con anorexia sienten muy intensamente que están gordas, pero no por
sentirlo con mucha fuerza presentan en la realidad ese sobrepeso. Son racionalizaciones
que el dependiente realiza para continuar con su pauta de sobre utilizar el
suministro afectivo externo en detrimento del interno, pero son manipulaciones de
su necesidad afectiva que le engaña para que le obedezca. Con este
planteamiento es más fácil enfrentarse y decir "no" con rabia.
En el período del síndrome de abstinencia, la
necesidad afectiva cobra un protagonismo espectacular. La necesidad afectiva es
un parásito oportunista que se alimenta de las situaciones en las que el
dependiente está desmoralizado o se siente rechazado o abandonado: pues bien,
esto es lo que sucede en grandes proporciones cuando se produce una ruptura y,
con ella, el mencionado síndrome de abstinencia, que supone un descalabro
absoluto en los planteamientos básicos del dependiente emocional, ya que el
individuo se queda solo sin suministro afectivo externo al que dirigirse, y además
sintiéndose abandonado y perdido, carente de cariño que le valide como persona.
El combate contra ese enemigo que es la
necesidad afectiva no se basa en argumentos o frases lúcidas, sino en garra y
fuerza contra un problema que está afectando enormemente la salud mental del
dependiente. Lo último que se debe hacer es esperar de manera pasiva a que
dicho problema remita o a que vengan tiempos mejores, o mucho peor, esperar a
que sea otra persona la que alivie los males, porque esa precisamente es la
solución propuesta por la necesidad afectiva que, renuncia al suministro afectivo
interno buscando sólo el externo.
La
actitud de lucha es la clave para conseguir el triunfo
sobre la necesidad afectiva, que insiste una y otra vez en sus planteamientos alrededor
de la inutilidad del individuo y de la obligatoriedad de que busque refugio o
afecto en otro, preferiblemente en un contexto de pareja. La lucha es justo lo
contrario de lo que propone la necesidad afectiva al dependiente emocional,
porque se basa en el levantamiento moral
del individuo, en los intentos de solucionar por sí mismo, con sus propios
recursos, el bache anímico en el que está inmerso.
En el peor momento del dependiente emocional,
como es el síndrome de abstinencia, parece imposible que se pueda esperar una
respuesta positiva, una actitud esperanzadora por la que el sujeto se ponga en
pie y comience a mostrar una postura de fortaleza y desafío frente a su
sufrimiento. Pero esto se produce porque hay una continua obediencia a la
necesidad afectiva que se acrecienta en los contextos de mayor vulnerabilidad
del dependiente, como ocurre en concreto tras una ruptura con su consiguiente
La clave está en la actitud
En el síndrome de abstinencia también hay que
arremangarse para combatir contra ese enemigo que es la necesidad afectiva y
que, se debe externalizar, se debe desplazar fuera del dependiente para, así,
facilitar la distancia respecto a sus planteamientos y reforzar la actitud de
lucha activa contra ellos. Pero esto se produce porque hay una continua
obediencia a la necesidad afectiva que se acrecienta en los contextos de mayor
vulnerabilidad del dependiente, como ocurre en concreto tras una ruptura con su
consiguiente síndrome de abstinencia. Obedecer a ese enemigo externo que es la
necesidad afectiva provoca que uno todavía se debilite más y que busque
desesperadamente ese apoyo externo, o que piense que sin dicho apoyo, sin la ex
pareja, su vida no tiene sentido.
Parece imposible que alguien pueda sacar lo mejor
de sí mismo en una situación como esa, pero en cualquier momento cabe la posibilidad,
y esto es muy importante que se lo crea el lector porque es absolutamente
cierto que el sujeto se plante y desobedezca a su necesidad afectiva, incluso
en un momento extremo como ese (como es lógico, en otros momentos no tan
angustiosos también es
posible plantarse frente a la necesidad afectiva, y es más sencillo).
El comienzo de la curación de la dependencia
emocional debe ser abrupto. La rebelión contra ese gran enemigo que es la
necesidad afectiva no debe ser fruto de un convencimiento racional o de una
declaración de intenciones tipo "dejaré de fumar el mes que viene":
tiene que ser algo visceral, que parta de lo más íntimo y profundo del individuo
y que lo movilice en su totalidad. Sacar esta actitud de fuerza y de lucha es justo
lo contrario de lo que la necesidad afectiva propone, porque es de una vez por
todas comenzar a recurrir al suministro afectivo interno en lugar de abusar o
tener nostalgia o desesperación por carecer del externo.
¿cómo sacar esa
actitud, cuando en una situación tan concreta como la del síndrome de abstinencia
las sensaciones son de angustia, vacío y desesperación?
Precisamente, al campar la necesidad afectiva a
sus anchas, el individuo se encuentra débil, se considera frágil y desvalido, sin
ninguna fuerza ni sentido en la vida. La forma de sacar la actitud de lucha en
una situación extrema como esta se fundamenta en una buena noticia, como es que
por mucho que el sujeto sienta que carece de dicha fuerza, en la realidad sí la
posee, lo que ocurre es que no la utiliza.
Uno de los procedimientos predilectos de la
necesidad afectiva es el de la manipulación de la realidad, el de la
tergiversación de lo que verdaderamente está sucediendo para, así, acceder con mayor
facilidad al individuo y convencerle de que no tiene opción, de que sólo le
queda obedecerla para mitigar la angustia. Esto es mentira, pura y llanamente.
La sensación de fragilidad o de debilidad es muy cierta, pero no se corresponde
con una realidad, al menos en lo que respecta a las potencialidades del sujeto.
Dichas potencialidades son absolutas, porque a
nadie se le olvida de un plumazo que puede luchar contra sus dificultades, que puede
plantar cara a sus problemas. La actitud de lucha es algo que no se pierde,
simplemente no se utiliza: eso sí, ya se cuidará la necesidad afectiva de
engañar al dependiente haciéndole creer que no la tiene o incluso que nunca la
ha tenido. Pero esto, es mentira.
La clave, entonces, está en negar la mayor y en
buscar esa actitud de lucha que sí se tiene realmente, pero que no se utiliza, porque
mientras se obedece a la necesidad afectiva todos los esfuerzos se centran en
retomar la relación -en el caso concreto del síndrome de abstinencia- o en
buscar apoyos externos. Todos los esfuerzos se centran en sobre utilizar el
suministro afectivo externo, olvidándose del interno: pero este suministro
interno no ha desaparecido, la capacidad de usarlo continúa existiendo. Es en esta
convicción donde debe fundamentarse el dependiente para poner fin a la locura
del síndrome de abstinencia y, en general, a la de la dependencia emocional,
porque esta actitud de lucha no es sólo válida para una situación extrema de
ruptura, sino que se debe aplicar en cualquier contexto en el que aparezca la
necesidad afectiva.
Por lo tanto, la forma de sacar esa actitud de
lucha se debe fundamentar en convencerse de que nunca se ha marchado, y a partir
de ahí, en buscarla. ¿Cómo se
busca?, con una disposición cercana a la rebelión contra ese enemigo
externo imaginario. Con los puños apretados, con un cuchillo entre los dientes,
con pinturas de guerra en la cara, con música enardecedora a todo volumen: en
definitiva, con los guantes de boxeo metafóricos bien colocados para darse de tortazos
con la necesidad afectiva, para desobedecer todos y cada uno de sus mandatos y
erradicar todas sus manipulaciones.
Uno de los obstáculos de la terapia más
habituales en el síndrome de abstinencia es el "no puedo"
característico que se manifiesta cuando no se siguen las indicaciones. Por
ejemplo, si se recomienda no llamar a la expareja y el dependiente lo hace, afirmará
que no ha podido evitarlo o que no pudo resistirse. En estas circunstancias
observamos cómo el sujeto obedece a su necesidad afectiva, que le ordena llamar
a la expareja para, directa o indirectamente, sondear las posibilidades de
retomar la relación, aunque sea como un contacto con el fin de que no se enfríe
la situación y el otro no se olvide del dependiente.
Se supone que esto va en contra de esa actitud
de lucha activa, de rebelión contra la necesidad afectiva, porque se la está
obedeciendo: el individuo notará que esto es así porque le invadirá de nuevo el
desánimo y una sensación enorme de vulnerabilidad, indicativa de que se está
recurriendo únicamente al suministro afectivo externo olvidándose por completo
del interno.
En las situaciones expuestas, aunque la
respuesta real de la persona haya sido "no he podido evitarlo", la
que debía haberse producido es "no he querido evitarlo lo
suficiente". Las personas normalmente sí podemos hacer las cosas, la
cuestión es hasta qué punto se quieren. Imaginemos una situación en la que
acompañada de otras personas que, pistola en mano, encañonan en la sien a un
ser querido amenazando con disparar si el dependiente llama por teléfono a su
expareja. En este caso, está claro que no se produciría la llamada, entonces sí
se podía haber evitado: es falso, rotundamente falso que no se haya podido, lo
que ha ocurrido es que no se ha querido lo suficiente. Lo que ha ocurrido es
que ha fallado esa actitud de lucha
y de desafío, y con
ello la necesidad afectiva ha vuelto a tomarlos mandos del individuo, pero no
es cierto que "no se pueda".
Partiendo de las premisas expuestas, que son el
80% de la lucha contra el síndrome de abstinencia, es también necesario proponer
unas pautas concretas de actuación en esta situación
tan angustiosa y
excepcional. De entre estas pautas, la más importante con diferencia es la del
"contacto cero".
El "contacto cero"
supone, como su propio nombre indica, no tener contacto alguno con la expareja
después de que se haya producido la ruptura. Ya sabemos que el síndrome de
abstinencia y lo que hay detrás, que es la necesidad afectiva, va a empujar precisamente
hacia el lado opuesto, como es el de propiciar cualquier tipo de conversación
con la expareja para no perderla de vista e incluso, si es posible, optar a una
reanudación de la relación; por lo tanto, el "contacto cero" es la
pauta fundamental y también la de más difícil cumplimiento, porque precisa de
una convicción y una actitud muy fuertes.
No vale la contestación del "no
puedo", porque es muy sencillo escudarse en el encogimiento de hombros, en
la resignación conformista de que no se ha podido evitar, cuando esto es
mentira: sí se puede evitar, lo que hay que pensar es si se quiere o no lo
suficiente.
Precisamente, una de las manipulaciones de la
necesidad afectiva -y de otras modalidades de sufrimiento psicológico como la
ansiedad-, es la de hacer creer al sujeto que no puede resistirse a sus
mandatos, pero esto no es cierto porque minusvalora o ignora por completo la
posibilidad que dicho sujeto tiene de resistirse a su negatividad. Por lo
tanto, en lugar de afirmar "no
puedo", se afirme "no quiero lo suficiente", porque esto
recordará que se ha producido una relajación en la actitud de lucha que es
condición necesaria para la lucha contra el síndrome de abstinencia y, por
extensión, contra la dependencia emocional.
En este sentido, la
falta de convencimiento de que la ruptura es lo mejor que podía pasar, el único camino válido, es una
de las claves para la escasa actitud de lucha, sin perjuicio de la fragilidad
propia que impone la necesidad afectiva. Es decir, por mucha predisposición
favorable que se adquiera, si uno duda de si la ruptura ha sido lo mejor, va a
perder mucha fuerza porque no estará totalmente seguro de lo que hace, ya que
pautas como la del "contacto cero" suponen una distancia activa de la
expareja.
La falta de
convencimiento en la ruptura se produce en diferentes circunstancias, aunque
dos son las que destacan:
• La
otra persona nos insiste en reanudar la relación, que ha sido muy patológica y
desequilibrada. Esta situación es muy complicada porque, aparte de las
presiones internas de la necesidad afectiva, contamos con las externas del
antiguo compañero. En esta circunstancia concreta se incluye que la expareja
desee contactar con el dependiente no ya para reanudar la relación en sí, sino
para mantener un contacto que básicamente será de índole sexual, pero que
alimenta las esperanzas del individuo.
• La
relación se ha roto y la otra persona no tiene la más remota intención de
volver ni de reanudar ningún tipo de contacto, haya sido como haya sido dicha
relación. En este caso, la falta de convencimiento en la ruptura supone no
aceptar un "no" por respuesta e insistir una y otra vez de todas las
maneras imaginables para que la otra persona cambie de idea.
En ambos casos puede existir una falta de convicción
en la decisión de romper, aunque haya sido el propio dependiente el que en su
día tomara dicha decisión. En el primero, porque se
prefiere una relación desequilibrada antes que
no tener pareja y, además, sufrir el síndrome de abstinencia; en el segundo,
porque las embestidas de la necesidad afectiva producen que el amor sea egoísta
y que al individuo no le importe demasiado la decisión irrevocable de su expareja,
perdiendo su dignidad sin problema alguno porque, el sujeto, obedeciendo a su gran
enemigo, renuncia a su propio suministro afectivo interno, o sea, a su
autoestima.
Para encontrar fuerza y actitud es
imprescindible, entonces, reforzar el convencimiento de que la ruptura ha sido
lo mejor y de que hay que atravesarla como sea para, de una vez por todas, romper
una dinámica de relaciones destructivas que llenan de amargura la vida. En un
contexto terapéutico es labor del terapeuta reforzar ese convencimiento. La
persona debe intentar realizar un balance de su vida y decidiendo si quiere
continuar por el camino de siempre, por el "más de lo mismo", o si
quiere cambiar de una vez por todas su tendencia de convertir algo tan satisfactorio
y sano como el amor en un auténtico suplicio.
Además, en caso de que la relación haya sido
destructiva, es importante que se analicen no sólo los aspectos buenos de dicha
relación (que son los que enfatiza la necesidad afectiva que, manipula la
realidad a su antojo), sino que se haga una revisión justa y se rememoren todos
y cada uno de los malos momentos que se han atravesado con la otra persona,
todas y cada una de sus minusvaloraciones, desprecios, infidelidades, ausencias
de interés, agresiones de todo tipo si se han producido... Se puede continuar
mendigando amor, o cambiar el objetivo hacia uno mismo.
Si la cuestión es que la expareja no desea
retomar ningún tipo de contacto, en primer lugar, hay que aceptar su decisión
porque nadie puede imponer al otro el establecimiento de una relación en contra
de su voluntad: esto sólo se hace desde la tiranía, como sucede con el
maltrato, desde el chantaje emocional ("me cortaré las venas si te
marchas") o desde la desesperación ("por favor, no me dejes").
Obligar a otra persona a permanecer sí o sí en una relación de pareja, aunque
sea desde la desesperación y la vulnerabilidad, que es lo más habitual en la
dependencia emocional estándar, no es algo correcto moralmente porque estamos imponiendo
nuestro deseo, por excesivo y patológico que sea, al criterio de la otra
persona.
Pero, además, el individuo está pisoteando su
dignidad implorando a alguien que no quiere permanecer en la relación, que afirma
que ya no tiene sentimientos, suplicando en el mejor de los casos que continúe
con él.
Según Castelló (2012) en el amor hay que ser
muy exigente, y no exigente con el otro en cuanto a sus características físicas
y de personalidad, sino exigente con la
relación que nos propone. Si es una relación en la que no hay respeto, no
hay valoración, no hay potenciación de la autoestima de los dos miembros de la
pareja, no hay un trato adecuado, no se dan unas afinidades y, sobre todo, no
se producen unos sentimientos por parte de los dos, esa relación no debe
existir.
En el caso al que nos estamos refiriendo ahora,
uno de los dos miembros de la pareja afirma que no tiene sentimientos y,
entonces, se pierde una condición necesaria, aunque no suficiente, para el
mantenimiento de dicha pareja: no nos estamos poniendo en buen lugar si nos
conformamos con estar junto a alguien que permanece junto a nosotros por
presión, por inercia o por pena. Considerar
la dignidad y ser exigentes en estos ámbitos es justo lo contrario de lo
que propone la necesidad afectiva, que reniega del valor intrínseco de la
persona y no es en absoluto exigente en las relaciones: lo que sea con tal de
que el otro no se marche, sea cual sea su criterio.
Partiendo de la base de un adecuado
convencimiento en la ruptura, es momento de decidirse a hacer las cosas bien y
a elaborar la ruptura de una manera adecuada; para ello, el "contacto
cero" es fundamental porque cada vez que el dependiente vuelve a ver o a
hablar con su expareja, el contador de tiempo imaginario que se encarga poco a
poco de asimilar la situación, disminuyendo así la intensidad del síndrome de
abstinencia, vuelve a ponerse a cero. Algunas personas continúan viéndose con
sus exparejas e incluso manteniendo relaciones sexuales volviendo a ponerse el
contador a cero y de esa forma se puede aguantar durante mucho tiempo, viviendo
de la manipulación de la necesidad afectiva que le engaña al dependiente con
falsas expectativas de reanudación de la relación.
Dejar de tener contacto con el antiguo
compañero es crucial para que el tiempo haga su trabajo; de lo contrario, con
cada nueva conversación o visita no sólo se pone ese contador a cero, sino que
el sujeto empeora notablemente en su estado de ánimo, incrementando así la
angustia, el desánimo y la desesperación del síndrome de abstinencia. Esto es
una constante en todas las rupturas: aunque hay un deseo muy intenso de
contactar con la expareja, siempre que dicho contacto se produce existe
posteriormente un descenso muy acusado del estado de ánimo, porque, en cierto
modo, se intensifica la abstinencia afectiva, se reviven el abandono y la
pérdida.
Uno de los inconvenientes de tipo práctico que
se producen cuando el dependiente ya está decidido a poner en marcha esta pauta
es cómo proponérselo a la expareja, porque tomar una
medida drástica de no
coger el teléfono, por ejemplo, es indicativa de resentimiento o de hostilidad.
Como el objetivo no es mostrar una disposición vengativa ni una actitud de
reproche, lo idóneo es hablar por última vez con la expareja o, si esto es demasiado
complicado, escribir una carta o correo electrónico en el cual se informe de la
medida que se va a tomar. Es importante que en este escrito o en esta
conversación no exista reproche o presión alguna a la otra persona, sino que
simplemente se informe que durante un tiempo, y para evitar dolor, se va a
hacer todo lo posible para no contactar con ella, por lo que no se producirán llamadas
o visitas de ningún tipo; ni que decir tiene que habrá que solicitar al otro
que actúe de la misma manera, o sea, que se abstenga de llamar, mandar mensajes
o contactar por internet porque no se atenderán dichas llamadas, algo que no
deberá interpretarse como rechazo o como una pataleta, sino como un acto de
autodefensa.
Imaginemos a un dependiente emocional que rompe
una relación y que padece un intenso síndrome de abstinencia; imaginemos ahora
que la ex pareja llama por teléfono y que no se le ha informado de que no se le
va a atender la llamada. En ese momento, entre la tentación de descolgar el
aparato y el pensamiento de que la otra persona interpretará ese hecho como un
enfado o un acto hostil, el dependiente con total seguridad atenderá la llamada
y se habrá producido un nuevo contacto, con todo lo que esto implica.
Si previamente se ha informado que no se va a
coger ninguna llamada, es más fácil ser firme porque no hay excusa alguna para el
contacto, y ya sabemos que la necesidad afectiva es muy proclive a las
manipulaciones y a los engaños.
En esa conversación o escrito sería igualmente
interesante que se informara de que hasta que no transcurra un cierto tiempo se
va a mantener esta actitud, sin perjuicio de que, cuando el sujeto haya pasado
página y se haya afianzado, pueda producirse una amistad, pero sólo cuando
realmente ya no existan sentimientos hacia la ex pareja y se trate sólo de un
recuerdo, en términos amorosos. En este sentido, cabe insistir en que no hay
amistad posible en plena ruptura porque las personas no pasan de parejas a
amigos como si estuvieran bajando unos escalones afectivos imaginarios, sino
que de pareja se pasa a ex pareja, y cuando alguien ya no merece siquiera esa
condición sí que se puede plantear su inclusión como amistad.
Este asunto de la amistad es más importante de
lo que parece, porque puede ser un
intento de manipulación de la necesidad afectiva (o sea, un autoengaño) el
ofrecer algo que tiene una apariencia tan positiva: ¿qué puede haber de malo en
ser amigos, si indica una ruptura civilizada entre dos personas que no tienen por
qué guardarse rencor? Pero no sólo existe esta posible presión interna del
propio dependiente, sino la de su ex pareja que quizá pretenda distanciarse
para siempre o quizá no, de acuerdo a sus intereses: desde luego, no es nada
excepcional que el antiguo compañero se marche de la relación oficialmente,
pero no demasiado lejos, no sea que la pierda en exceso de vista. Y, claro, con
el ropaje de la amistad casi todo se acepta.
Realmente, no hay nada malo en que dos personas
que han sido pareja, como es el caso de un dependiente emocional y su objeto,
sean posteriormente amigos. Pero tendrán que ser de verdad amigos y no sólo de
palabra: para ser amigos no tendrán que haber sentimientos, y esto sólo es
posible una vez transcurre un tiempo significativo. Como mínimo, y esto es de
sentido común, una vez transcurrido el síndrome de abstinencia, porque si se
inicia una "amistad" en este periodo lo único que de verdad está ocurriendo
es que el dependiente se conforma con las migajas que le ofrece su anterior
pareja y decide torturarse para no perder el contacto con ella. En no pocas
ocasiones esta supuesta amistad, por cierto, está acompañada de relaciones
sexuales, lo que todavía empeora el asunto porque incrementa las expectativas
del dependiente de retomar la relación, que es lo que realmente desea, no tener
un amigo más en su lista.
La ausencia total de contacto principalmente es
la ausencia de conversaciones en vivo o por teléfono, pero no sólo esto. El
"contacto cero" deberá incluir también los SMS o mensajes de texto de
telefonía móvil, que se utilizan profusamente en este tipo de relaciones por la
inmediatez que llevan consigo: en el síndrome de abstinencia son muy usados
porque el dependiente piensa que no hay que hablar con la ex pareja, pero no
hay nada de malo en escribir. Cualquier contacto, está absolutamente
desaconsejado.
Enviar un mensaje de texto al móvil de la ex
pareja, aunque sea para criticar, reaviva la ruptura e incrementa la
expectativa de leer la contestación, si es que se produce. No parece la mejor
idea para pasar la angustia del síndrome de abstinencia estar mirando el
teléfono móvil por si da la señal de recepción de un mensaje de texto, cuando
lo que pretendemos es que el individuo pase página, se enfrente a su necesidad
afectiva y construya un nuevo futuro. Igualmente, lo preferible es eliminar a
la ex pareja de las listas de amigos, contactos... que se tengan en redes
sociales, programas de mensajería instantánea de internet y demás.
Con esto hemos eliminado el contacto directo,
pero todavía no hemos quitado el indirecto. El contacto indirecto es doble:
a)
El de las
conversaciones con otras personas
Desde el
momento de la ruptura, una vez pasen uno o dos días en los que lo lógico es que
el individuo se desahogue del impacto traumático de la misma, es preferible que
se limiten los diálogos que se establezcan en este sentido con familiares,
amigos o compañeros de trabajo o de estudio: de nada sirve que el dependiente se
aleje físicamente de su ex pareja si la tiene en la boca continuamente, convirtiéndose
en un "monotema" obsesivo que llega a cansar a los interlocutores,
que se muestran desgastados e incluso
algo ofendidos porque no se les presta atención
a sus propias circunstancias. Lo idóneo es que se dedique el menor tiempo
posible y que si los demás preguntan cómo va todo, se conteste que cada vez se
va asimilando mejor, aunque no sea del todo cierto.
Al dependiente emocional le conviene que se hable
del tiempo o de la película de ayer, aunque le cueste un mundo concentrarse en
dichas conversaciones triviales y aunque lo que de verdad le apetezca sea
contar sus deseos, recuerdos o sentimientos sobre la relación rota.
b)
El de los
pensamientos propios del dependiente.
Tampoco
sirve de nada dejar de hablar con otras personas sobre la ruptura si el
dependiente se pasa las horas muertas pensando en qué estará haciendo la otra
persona, en las cosas en las que ha podido fallar o en los aspectos positivos
de la relación. El objetivo real de la ausencia total de contacto es permitir
que el tiempo haga correctamente su trabajo, y para ello es preciso que todo lo
que esté asociado con la pareja pierda protagonismo en la vida del individuo, para
dar paso poco a poco a otros aspectos de la misma.
En
este sentido, está claro que el dependiente en pleno síndrome de abstinencia no
va a poder evitar que diferentes pensamientos asociados a la ruptura o a la
relación le asalten su mente; no obstante, sí estará en su mano dejar de
profundizar o de regodearse en dichos pensamientos. Una cosa es que vengan
continuamente obsesiones o recuerdos sobre la ruptura, otra bien distinta es
estar dos horas seguidas elucubrando sobre dichas obsesiones. U no puede tener
en su mano una goma elástica, pero decidir no estirarla hasta su extremo: el
dependiente durante un tiempo dispondrá de dicha goma elástica, pero elegirá si
la estira o no de igual forma que se estiran los pensamientos y las ideas en
torno
al
"monotema".
Otras pautas para
llevar a cabo en el síndrome de abstinencia
Las pautas más importantes son las de contacto
cero y la de actitud de coraje. No obstante, no podemos minusvalorar las
siguientes:
a)
Pensar en el síndrome
como algo transitorio
El síndrome
de abstinencia dura un tiempo determinado, no se queda instalado de por vida,
aunque a veces el dependiente piense así (me estoy refiriendo al síndrome de
abstinencia bien gestionado, porque el mal gestionado puede prolongarse durante
años). Lo normal es que no dure más de dos o tres meses, siendo el primero el
más duro con diferencia; es más, dentro incluso de ese mes, las dos primeras
semanas son las más angustiosas, teniendo progresivamente más momentos de respiro
o distracción con el tiempo. A partir de la segunda o tercera semana, lo más
frecuente es que existan "picos" o cambios de ánimo en los que el
sujeto se encuentre bien una mañana, por ejemplo, y por la tarde vuelva a
experimentar ansiedad, malestar o decaimiento.
En
este sentido, cabe insistir en que son estos periodos los más críticos porque
la necesidad afectiva se alimenta de la desmoralización, mientras que se reduce
en las fases más positivas: es más, el individuo observará cómo en dichas fases
del día más positivas recuerda menos a la ex pareja y desea en menor medida
volver a la relación, o incluso quizás no lo desee en absoluto. Como es lógico,
pensar que el síndrome de abstinencia es algo pasajero tranquiliza bastante y
en estas situaciones toda ayuda es poca, aunque esperar que pase no es la
postura más adecuada ya que se corre el riesgo de que no se gestione
correctamente.
b)
Distracción
No
conviene hablar de la relación o de la ex pareja ni pensar en exceso sobre
estos temas. Ocupar la mente en otras cuestiones es positivo, porque debilita menos
al sujeto forzándolo a prestar atención en su vida cotidiana o en cualquier
otra circunstancia. Además, la distracción es positiva porque contribuye a
"pasar página".
Dentro
de esta distracción, que tampoco debe suponer un frenesí de idas y venidas,
cabe la propiamente social como salir con amigos o apuntarse a cursos, o alguna
más individual como hacer deporte o centrarse más en el trabajo.
c)
Nueva vida
Se podría
haber incluido esta pauta dentro de la anterior porque, en definitiva, el planteamiento
es también el de obligar al individuo afecto del síndrome de abstinencia a
presta atención a sus asuntos, en lugar de dar vueltas una y otra vez al
"monotema". Se trata de establecer los cimientos de un gran cambio en
el individuo por el que la necesidad afectiva no será la que lleve el timón de
la nave. Dentro de esta "nueva vida" es interesante que la persona
retome actividades o aficiones que había olvidado por falta de tiempo o por
centrarse en exceso en sus parejas, así como amistades con las que no se ha
producido el suficiente contacto; de la misma forma, también es válido que se
rompa por completo con el pasado y se inicien nuevos proyectos, nuevas
aficiones más o menos ambiciosas en las que se vaya construyendo algo distinto,
algo que le haga pensar al dependiente que, por una vez, es el centro de su
trayectoria, y no la relación de pareja.
d)
Escribirse una carta
En los
peores momentos, el dependiente puede perder la lucidez y los buenos propósitos
que ha mostrado en otras circunstancias, porque el síndrome de abstinencia es capaz
de desestabilizar de una forma muy sustancial. En estas situaciones, contar con
una "posición de referencia" en la que se recuerden dichos buenos
propósitos, se insista en el camino a seguir y en la nueva vida que se pretende
comenzar libre de la necesidad afectiva, o se rememore cómo era realmente la
relación que se ha terminado recurriendo a la objetividad -lo es extremadamente
útil.
En
este sentido, sería positivo que el individuo, en un buen momento de ánimo y
lucidez, se escribiera dicha carta dirigida a él mismo en una situación de
mayor vulnerabilidad. Ni que decir tiene que vale cualquier procedimiento como
una grabación de voz o de imagen, lo que importa es que sea el propio individuo
el que se dirija a sí mismo porque esto le resultará más convincente.
e)
Desidealización
Una de las manipulaciones más habituales de la
necesidad afectiva durante el síndrome de abstinencia es la idealización de la
expareja y de la relación que se mantenía con ella. Donde antes había
menosprecios, desaires, humillaciones o infidelidades, ahora se recuerda a un
individuo gentil, preocupado o empático a más no poder. Esto es fácilmente
manipulable porque en el tiempo de relación seguro que se habrán producido hechos
puntuales en los que el comportamiento de la ex pareja haya sido positivo;
entonces, se extraen dichas situaciones y se elevan a la categoría de
habituales o representativas tanto de la ex pareja como de la relación que se
tenía con ella.
Para evitar esta tergiversación de la realidad,
nada mejor que recurrir a fotos de viajes, mensajes de texto o correos
electrónicos guardados, recuerdos de situaciones en las que se ha pasado muy mal...
Hace falta erradicar las manipulaciones de la necesidad afectiva que tenderán a
dulcificarlo todo, y para ello es preciso ser objetivo y recordar esas
circunstancias y cómo se sentía el sujeto cuando se producían. Dar rienda
suelta a la idealización del pasado va restando convencimiento en la ruptura y
va debilitando al individuo.
f)
Ejercicio físico
Dentro de la recomendación de tener actividad y
distracciones, destaca el ejercicio físico por encima de todas porque es una
manera muy eficaz de focalizar la atención en algo muy distinto a la ruptura.
Además, incrementa la satisfacción del sujeto consigo mismo y mejora la
disposición a la lucha activa que es parte fundamental de una gestión adecuada
del síndrome de abstinencia.
g)
Plan de emergencia
Para personas que se encuentren en una desesperación
muy grande y que padezcan tentaciones cada vez más fuertes de llamar a la ex
pareja, es interesante que se diseñen una especie de "plan de
emergencia" en el que tengan claro cómo deben actuar. Por ejemplo, en
dicho plan pueden tener previamente establecido a quién deben llamar para atenuar
su malestar (el primero sería el terapeuta en caso de que se encuentren en
tratamiento psicológico), qué cosas habría que realizar como leer la auto-carta
antes mencionada o salir a la calle a pasear, o al gimnasio a hacer ejercicio....
Es indiferente lo que se haga, lo que importa es que el sujeto tenga algo
planificado para que no se deje llevar por la improvisación, porque no
dispondrá de la lucidez necesaria y fácilmente hará cosas de las que luego se arrepentirá.
h)
Un clavo no quita a
otro clavo
No es normal estar suspirando por alguien y
"cambiar de objetivo" con tanta facilidad: esto indica que el sujeto
está actuando guiado por los mandatos de su necesidad afectiva. Lo que esta
persona necesitaba y lo que cualquier dependiente emocional necesita en pleno
síndrome de abstinencia es luchar contra él y, por extensión, cambiar la
dinámica que ha seguido en su vida, dirigida por la necesidad afectiva y por
sus nefastos planteamientos. Cambiar de pareja sólo hace que profundizar en el
problema que no era realmente la persona que se ha dejado, sino la propia
necesidad afectiva que no tiene inconveniente alguno en dirigirse a otro
objetivo, incluso sin que haya la menor atracción, como sucede en las
"relaciones de transición".
Aquí he comentado algunas de las pautas
más importantes para considerar en el síndrome de abstinencia, pero no me
gustaría cerrar. No obstante, la pauta más importante es la actitud de lucha
activa que hay que conseguir para erradicar las embestidas de la necesidad
afectiva, y dicha actitud debe alimentarse del convencimiento de que la ruptura
es lo más conveniente para el individuo.
La técnica del desdoblamiento permite
incrementar el convencimiento en la ruptura y, con él, la actitud para combatir
contra la necesidad afectiva. Este desdoblamiento consiste en dividir de manera
imaginaria a la persona en dos: una sana y otra enferma, o una buena y otra
mala. La parte enferma, mala o negativa del sujeto es la que estaría dominada
por la necesidad afectiva, mientras que la sana o positiva vendría a
representar a una persona libre de sus influencias. Cualquier metáfora que
ayude al individuo dependiente a tomar extrañeza de su comportamiento más
enfermizo y a combatir contra el mismo, incrementando así las aportaciones de
su suministro afectivo interno, será decisiva porque la batalla contra la
necesidad afectiva, especialmente en el síndrome de abstinencia, es complicada
aunque posible.
Pag 97
Centro de
Psicología María Jesús Suárez Duque
C/ Tunte,6
Vecindario (Frente al Centro Comercial Atlántico, a la derecha de la oficina de
correos)
Pedir cita:
630723090
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