La angustia es la emoción más universalmente experimentada
por el ser humano, tiene un efecto de inmovilización y conduce al sobrecogimiento
en innumerables ocasiones; se define como una emoción compleja, difusa y
desagradable que conlleva serias repercusiones psíquicas y orgánicas en el
sujeto; la angustia es visceral, obstructiva y aparece cuando un individuo
se siente amenazado por algo (Ayuso, 1988). Es un sentimiento vinculado a
situaciones de desesperación, donde la característica principal es la pérdida
de la capacidad de actuar voluntaria y libremente por parte del sujeto, es
decir, la capacidad de dirigir sus actos.
En ella participan factores biológicos, psicológicos,
sociales y existenciales, por lo que conlleva inevitablemente un abordaje
integral desde todos los campos mencionados. La angustia ha sido objeto de
estudio y mención por parte de grandes filósofos, teólogos, poetas, psicólogos
y psiquiatras a lo largo de la historia. A menudo, se percibe como instinto de
protección, siendo ella misma la que provoca una perturbación en el individuo.
La reacción del individuo ante la angustia es de paralización,
donde predominan los síntomas físicos; además, el grado de nitidez de captación
del fenómeno se encuentra atenuado (Lopez-Ibor, 1969). La angustia puede ser
adaptativa o no, dependiendo de la magnitud con la que se presenta y del
tipo de respuesta que se emita en ese momento; su patología versa en la
proporción, intensidad y duración de las anomalías.
La angustia normal no
implica una reducción de la libertad del ser humano, mientras que la patológica
refleja una reacción desproporcionada respecto a la situación que se presenta,
siendo más corporal, primaria, profunda y recurrente; este tipo de angustia es estereotipada,
anacrónica (revive continuamente el pasado) y fantasmagórica (imagina un
conflicto tal vez inexistente) (Ayuso, 1988). Además, la angustia de
carácter patológico genera trastornos como pueden ser las propias crisis de
angustia. Puede darse el caso de que dichas crisis afloren de forma
secundaria o simplemente que las acompañen otros trastornos como la neurosis
obsesiva, la depresión o la psicosis. El sujeto no se ve capaz de iniciar una
acción que alivie el sentimiento que está provocando esa angustia; ese estado de indefensión es el que le impide ser libre. Como consecuencia, esto
conlleva un grave y marcado deterioro del funcionamiento fisiológico,
psicológico y social del individuo. En esta línea, es la medicina
psicosomática la que se encarga de estudiar el impacto que provocan
determinadas situaciones nocivas y amenazantes en el propio sujeto y que, muy
probablemente, le pueden llevar a desarrollar enfermedades físicas de gravedad.
Los animales responden fisiológicamente con claros signos de miedo ante
aquellas situaciones que se perciben como amenazantes o aquellas situaciones
donde hay un peligro latente para ellos; sin embargo, el hombre tiene la
capacidad de anticipar esa amenaza, siendo ésta la base de la angustia.
Tanto en el caso del miedo como en el caso de la angustia
nos enfrentamos a una amenaza que no se distingue desde el punto de vista
fisiológico y subjetivo. Aún así, se utiliza el término de miedo como una
reacción normal ante un estímulo amenazante o ante una situación de peligro
claramente identificable en el ambiente; por lo tanto, es reconocible la causa del
sentimiento, es decir, tiene una explicación racional, e incluso existe la
posibilidad de la presencia de un fracaso real para el sujeto, como puede ser
la realización de una prueba de evaluación. Sin embargo, la angustia es
carente de objeto, con sentimientos inmotivados y una respuesta anticipatoria
(Ayuso, 1988).
La angustia puede estar relacionada con otros trastornos
psíquicos, con enfermedades de índole somática (delirios tóxicos,
alucinosis alcohólica, etc.) o incluso, con enfermedades metabólicas y
endocrinas (hipertiroidismo, hipoglucemias, etc.).
Su sintomatología es bastante extensa, mostrando síntomas de
índole somática tales como taquicardia, palpitaciones, dolor u opresión
precordial, palidez, exceso de calor, sensación de ahogo, náuseas, dispepsia,
sensación de bolo esofágico, pesadez y sensación de hinchazón, frigidez,
eyaculación precoz, enuresis, temblor, hormigueo, cefalea, vértigo, mareo,
sudoración y sequedad de boca, entre otros (Ayuso, 1988).
A nivel fisiológico aparece, por un lado, un aumento de
la frecuencia cardiaca, del flujo sanguíneo, de la conductibilidad cutánea y de
la actividad electromiográfica y, por otro lado, un descenso en el
volumen del pulso digital; a nivel sanguíneo se observa un aumento de
cortisol, adrenalina y noradrenalina (Ayuso, 1988). También, se destacan
los síntomas subjetivos que se producen en el individuo que sufre
angustia y las alteraciones de la conducta manifiesta, siendo éstas las
más visibles.
En definitiva, la
angustia ha acompañado y acompaña al hombre en el curso de su existencia:
Para la Filosofía,
la mera condición del ser existencial es ya la base de la angustia, o forma
parte de la misma en sí. Todo hombre experimenta el estado anímico de la
angustia alguna vez en su vida; desde el momento del nacimiento y con la
obligada y necesaria separación del vínculo materno, el ser humano cae en un
estado de absoluta independencia que no reconoce y, por lo tanto, no puede
interpretarlo como estado de libertad, llevándole a ser consciente de la
limitación de su existencia humana. En esta línea, la angustia se ha definido
como un modo de hundirse en la nada, pero es a la vez la manera de salvarse de
esa misma nada que amenaza con aniquilar al hombre angustiado, es decir, una
manera de salvarse de lo finito y de los engaños (Villanueva, 1981).
Para el psicoanálisis, la angustia es la primera
experiencia del hombre, se produce en el nacimiento y puede ser según
Freud, real, neurótica o moral provocada por el súper yo; puede expresarse en
forma de temor concreto (como temor a morir, a enloquecer o a perder el juicio)
o de forma más general, tal es el caso de un temor ante la nada. El
psicoanálisis vive la angustia como una amenaza de disolución del yo; Freud
afirmó que se produce sin relación con ningún tipo de condición, de manera tan
incomprensible para nosotros como para el enfermo, que su acceso es espontáneo
y libre, sin que pueda hallarse un peligro o pretexto; siempre está presente en
la vida del ser humano, pudiendo adquirir distintos tipos de máscaras, pero aún
así sigue siendo una, es decir, es la misma angustia de la que hablaron tanto
nuestros antepasados como los profesionales de la salud.
En resumen, la angustia se conceptualiza como una emoción
compleja, difusa y displacentera, presentando una serie de síntomas físicos que
inmovilizan al individuo, limitando su capacidad de reacción y su voluntariedad
de actuación; para que ocurra ésta, es necesaria la interacción entre distintos
factores de tipo biológico, psicológico y social.
Evolución histórica del concepto
En cada cultura y en cada época, la angustia tiene una forma
de expresión diferente, por lo que las causas y consecuencias de ésta dependen
del contexto que se ubiquen. Aún así, al igual que otras emociones o
conductas, es experimentada por todos los seres humanos, pudiendo presentarse
ante una situación peligrosa, ante una enfermedad seria de carácter
cardiaco o pulmonar, por ejemplo, o simplemente como una duda de tipo
filosófico o religioso. La angustia marca una nota estática donde no hay
una tendencia al escape, es decir, no hay una tendencia motora en el organismo
que lo capacite para ponerse en marcha.
La Filosofía
La Filosofía afirma que sólo a partir de sus propios postulados se puede
explicar el contenido histórico y el concepto de angustia. Según aseguran los
filósofos, ninguna otra ciencia ha conseguido ocuparse tan íntimamente de
aquello que es primordial en el hombre y para el mismo y, por consiguiente, de
la angustia en sí misma. Existe una angustia existencial, procedente de la misma entidad del
individuo sano, del hecho mismo de vivir y convivir, angustia controlable y
capaz de dinamizar aspectos creativos de la persona, facilitando el rendimiento
y la motivación para la realización de proyectos (Kierkegaard, 1844); este
autor considera que el origen de la angustia que el individuo experimenta se
encuentra en la posibilidad de ocurrencia del fallo, es decir, en la
posibilidad de no acertar, de no tomar la decisión correcta, de no alcanzar la
meta final perseguida.
Para Kierkegaard, la nada en su sentido más general no
significa muerte, como puede significar para otros pensadores, ya que eso para
él no existe. Un pensador existencial nunca podría centrarse en esa nada, la
nada no se percibe como una idea abstracta, sino como la posibilidad de no
acertar el uso de la libertad del individuo, de que las posibilidades no actúen
de forma adecuada.
Otro filósofo de la época, Heidegger, piensa que la angustia
está formada por un doble carácter; por un lado, la considera como un fenómeno
de hundimiento de los puntos de apoyo y, por otro, como una máxima quietud que
deja al individuo que la sufre clavado y fijo en ese nuevo vacío.
Mientras Kierkegaard habla de la angustia como un
presentimiento propio de la nada o como la nada sumergida en la propia
existencia del individuo, es Nietzsche quien habla de ella como el miedo
a la muerte, considerándola la enfermedad de Europa.
El psicoanálisis
Más tarde, el psicoanálisis se ocupa de la angustia con gran relevancia, centrándose
más en una angustia de carácter neurótico (Freud, 1971) y, a su vez, en
las causas de la misma.
El Psicoanálisis se enfrenta a grandes dificultades a la
hora de diferenciar entre un tipo de angustia de índole neurótica y una
angustia no neurótica:
a)
La angustia neurótica es entendida como la formación del
yo separado, es decir, una angustia donde hay una pérdida del placer. Un
ejemplo de ésta, sería la angustia de castración edípica, entendiéndose cómo la
única perteneciente al campo de lo simbólico; se manifiesta mayormente como una
fantasía inconsciente y parte de la base de un conflicto neurótico en el
individuo; además, es la que da paso al deseo genital y a la relación con otras
personas sexuadas. La angustia neurótica es un producto de la libido (Freud,
1955). La angustia es en parte fisiológica, ya que está provocada por una
descarga incontrolada de la libido en el individuo; por lo tanto, la angustia
real se desencadena por la percepción de un peligro externo que se asocia a un
reflejo de autoconservación, así pues, se presenta como una cuestión completamente
normal y comprensible. De todas maneras, la reacción de protección podría
intervenir sin acompañarse de una sensación de angustia, la cual, cuando es
demasiado intensa, puede constituir un obstáculo paralizante para el sujeto;
únicamente la huida es racional, ya que la angustia no responde a ningún fin.
Más tarde, M. Klein considera que la angustia es una reacción directa del
organismo frente a la coexistencia en su estructura de la pulsión de vida y la
pulsión de muerte. En 1949, López-Ibor utiliza por primera vez el término
de angustia vital, concluyendo que la angustia que presentan algunos de sus
pacientes neuróticos no refleja las características normales que manifiesta la
misma en individuos sanos; esta angustia se torna más patológica a medida que
aumenta su somatización, adquiriendo un carácter más morboso; según esto, el
propio síntoma que ya es patológico, se fija de tal forma que comienza a
evolucionar por sí mismo.
b)
La angustia normal es entendida como una reacción de alerta percibida por un
sujeto ante una situación peligrosa o de amenaza para él, pudiendo llegar a ser
dinámica y controlar el flujo de determinadas conductas; cuando no se controlan
los niveles normales de dicha angustia, ésta puede llegar a ser
desproporcionada, destacando entonces en ella la inmovilidad, el bloqueo y la
falta de acción para la realización de conductas adaptativas, siendo ésta la
angustia neurótica. Aquí, el individuo continúa reaccionando ante los peligros
instintivos con las mismas pautas arcaicas y desfasadas que utilizaba en los
primeros años de su vida, como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si
las amenazas procedentes del exterior y las desencadenadas por los impulsos
fueran iguales a las de entonces, y la capacidad del yo para hacer frente a
unas y otras continuara siendo tan escasa como en aquellos momentos
(Coderch, 1975).
Además de estos
dos tipos de angustia aparece una tercera, la psicótica,
que se produce en las psicosis endógenas; ésta tiene una raíz mucho más
profunda y marcada que las anteriores y aparece en los pacientes psicóticos;
en la mayoría de los casos no puede ser aliviada mediante ansiolíticos, sino
por medio de neurolépticos o antidepresivos (Scharfetter, 1977).
Más tarde,
aparece el trastorno por ataques de angustia, que se inicia en
la juventud; generalmente, se da en la tercera década de la vida, resulta más
tardío que el correspondiente a la fobia simple y a la fobia social, que suelen
aparecer en la adolescencia (Reich, 1986). No es común encontrar un caso de
inicio de dicha angustia en un individuo que ha pasado los cuarenta años de
edad.
Las crisis de
angustia (crisis de pánico) son trastornos en los que aparecen crisis recurrentes y
se desarrollan con frecuencia actividades agorafóbicas ante el miedo de que una
de estas crisis pueda aparecer cuando el sujeto esté solo o alejado de sus
lugares o puntos de seguridad que toma como referencia, derivándose, en
innumerables ocasiones, en tanatofobia (miedo a la muerte) o en manifobia
(miedo a la locura). Se destaca:
a)
Angustia de tipo
agudo, cuando el comienzo es brusco y ocurre ante un suceso
específico
b)
Angustia de carácter crónico, cuando el estado habitual
es de alerta constante, implicando con ello un descenso en el
rendimiento laboral y un deterioro en las relaciones sociales.
Por su parte, Zubiri (1992) apunta que no se trata de
agitación o hiperactividad, sino todo lo contrario: una larvada “paralización”;
para este autor la angustia es el gran peligro del hombre actual, la considera
como todo lo contrario a una fuente de progreso para el ser humano. Bajo su
punto de vista, el ser humano ha cultivado, queriéndolo o no, un régimen de
aturdimiento, promovido por instrumentos como la televisión, el cine y la
radio. En definitiva, se puede afirmar que el psicoanálisis marcó una época, un
concepto de angustia diferenciado de consideraciones previas y una
clasificación de la misma bastante importante (angustia neurótica o no
neurótica); aunque dejó paso a las nuevas perspectivas psicológicas que
llegaban con fuerza para aproximarse al concepto, estas últimas no han
destacado tanto en la evolución del concepto en sí.
Aproximaciones teóricas
El hombre occidental desde el renacimiento y,
principalmente, desde la corriente filosófica existencialista (unida al
pensamiento Kierkegaardiano), ha mostrado un gran interés respecto al término
de angustia. Cronológicamente, podemos decir que la primera en aproximarse al
concepto para establecer una base teórica clara fue la Filosofía pero, más
tarde, a principios del siglo XX, el Psicoanálisis y Sigmund Freud se apoderan
del término con gran fuerza para la literatura psicológica. Más tarde, serán la
psicología clásica, el conductismo y la psicobiología las que continuarán
décadas después hasta nuestros días, haciéndose cargo de la misma desde sus
distintas perspectivas teóricas; cada una de ellas ha aportado al término algo
con lo que perfeccionar nuestro conocimiento.
Enfoque filosófico
La tradición filosófica ha distinguido siempre entre esencia
y existencia, teniendo principal relevancia la esencia en sí misma. Por lo
tanto, la existencia estuvo a punto de ser devorada por la esencia o por la
razón desde Hegel, pero con los esfuerzos de Kierkegaard esto no se produjo;
con éste último autor nació la corriente filosófica del existencialismo. Para los
filósofos, la existencia es la propia experiencia del individuo, ya que el
sujeto se percibe como un ser libre en el mundo y, a la vez, rodeado de la nada.
Al hombre se le ha lanzado al mundo en busca únicamente del sentido de su
existencia como individuo, por lo que está en él simplemente, sin haberlo
pedido o deseado.
Enfoque
científico-natural
La angustia se ha estudiado igualmente desde una perspectiva
científico-natural. Debemos a Schulte la definición de angustia dentro de este
marco teórico, donde la misma es entendida como sentimiento vital de índole
penosa y carácter indefinido, y donde el individuo se siente impotente y
entregado a algo desconocido. Aquí la angustia corresponde a una
profundidad personal, al estrato emocional-vegetativo, es decir, a esa esfera
próxima a lo corporal; se trata simultáneamente a lo corporal, a lo psíquico
y a lo espiritual.
El acontecimiento somático no sería en este caso ni causa
ni consecuencia sino la propia manifestación de la angustia. En este enfoque no
se trata de que el hombre sienta, padezca o tenga angustia, sino de que ésta se
ha apoderado del individuo de tal forma que es el propio individuo el que se
convierte en la misma, es decir, el ser humano es angustia en sí.
Binder considera que la angustia tiene un triple origen:
a)
La angustia procedente del propio cuerpo
humano (angustia vital)
b)
El peligro que amenaza al individuo a partir
de un hecho concreto (angustia real)
c)
El peligro que reside en la propia psique
(angustia de conciencia moral).
Más tarde,
Kielholz distingue entre una angustia moral consciente y una angustia moral de tipo más
inconsciente, correspondiendo esta última a la angustia neurótica
del psicoanálisis.
Enfoque psicoanalítico
Desde una óptica
dinámica, las normas sociales han llevado al ser humano a reprimir su libido
por no encontrar un cauce apropiado, provocando la represión que da lugar al
nacimiento de la angustia en el individuo; el psicoanálisis considera que
es necesario un tratamiento para que se produzca una adecuada liberación de la
misma. Para Freud, la angustia es el resultado de una excitación no liberada
a nivel sexual, de manera que se manifiesta una tensión física de carácter
sexual bastante marcada en el individuo, llevándole a una neurosis de angustia,
por lo que es necesaria una elaboración psíquica. A raíz de esto, Freud
desarrolla tres teorías de la angustia: la primera como una manifestación de la
libido reprimida, la segunda como representación de la experiencia del
nacimiento y la tercera en la que considera a la ansiedad como una respuesta al
aumento de la tensión afectiva.
La primera teoría
de Freud aparece en 1905, y nos viene a decir que la libido se convierte en
angustia, tanto en el niño como en la persona adulta, en el instante en el que
no puede alcanzar su satisfacción, indicando que ésta al principio aparece en
el niño únicamente ante la ausencia de la persona amada. Más tarde, en la
década de los años treinta, cuando Freud escribe “Introducción al
Psicoanálisis”, distingue entre una angustia real y una angustia neurótica.
En su segunda
teoría de la angustia, le da a ésta una función del yo cuando se presenta una
señal de falta de placer que moviliza todas las energías presentes para luchar
contra las pulsiones procedentes del ello. Aquí, se afirma que el yo es la
sede de la angustia, rechazando la idea que defiende que la energía de la
moción reprimida es transformada en angustia de inmediato. Freud añade que el
origen de la angustia estaba en el propio exceso, y a esto se le encuentra
un modelo análogo en la Biología, concediendo a la misma un valor más destacado
(Freud, 1971); este autor determina que sus pacientes muestran distintos
tipos de neurosis y que éstas se presentan como distintos mecanismos de defensa
frente a la angustia que manifiestan, pero ésta no es consecuencia en sí de la
neurosis, sino que es entendida como causa, apareciendo ante estímulos que no
pueden integrarse entre sí. Por último, la angustia anticipa y reacciona
ante el peligro simultáneamente, llevando al individuo a la neurosis de
angustia, haciéndole sentir como perturbado; además, tiene como característica
principal la indeterminación y la ausencia del objeto, presentándose como una
señal, síntoma y defensa.
Enfoque clásico
La psicología clásica introduce a Ribot y su teoría
de la angustia dentro del campo de las emociones. Desde este enfoque se
estudian diversas emociones como la cólera, la ternura, el egoísmo o la emoción
sexual, pero su estudio se centra principalmente en la emoción de temor,
llegando a confundirla con la angustia, al igual que le ocurre a Ribot. Este
autor considera que aquel temor más consciente y razonado, por ser a su
vez el más frecuente, es llamado en sí mismo angustia, mientras que el otro
temor inconsciente e instintivo sería aquel que no forma parte de la
experiencia del individuo, por ser anterior y primitivo.
Enfoque conductista
Propone la angustia como una conducta aprendida; por
lo tanto, la teoría del aprendizaje afirma que los estímulos que anteceden a
los no condicionados se convierten en condicionados, derivando esto en una
respuesta condicionada. Esta respuesta condicionada sería la angustia en sí
misma que, a su vez, estaría determinando una conducta de evitación. Hay
que tener en cuenta las variables disposicionales en esta teoría, ya que son
las que facilitan que se dé la respuesta de angustia en el individuo. Un
individuo con angustia es aquel que, a parte de haber aprendido a generalizar a
distintos ambientes su respuesta de angustia, la manifiesta de forma excesiva y
constante, siendo de fácil aparición con alta frecuencia e intensidad.
El conductismo asegura que con un tratamiento adecuado se
pueden “desaprender” los comportamientos angustiosos. Las conductas de
evitación que se manifiestan en los ataques de angustia de los pacientes se ven
reforzadas, por lo que la agorafobia que pueden presentar en algunos casos no
mejora, siendo necesario el tratamiento conductual, mejorando el paciente
cuando se le aplica una desensibilización sistemática de sus fobias.
Enfoque psicobiológico
Profundizando en la psicobiología, se observa que también ha
dejado en los últimos años una parte de sus estudios destinada a la angustia. El
complejo GABA, un receptor de benzodiacepinas, aparte de estar implicado en
la acción ansiolítica de las mismas, se ha descubierto que puede tener una
clara relación con la angustia. Se hipotetiza la existencia en el cerebro
ligandos endógenos que, al interaccionar con dicho receptor, estén relacionados
con algunas funciones fisiológicas. En la actualidad, es posible afirmar que el
GABA asociado a los receptores específicos para las benzodiacepinas y los
sistemas de neurotransmisión noradrenérgica y serotonínica están relacionados
con la psicobiología de la angustia pero, aún así, queda mucho por desvelar en
este campo
Bibliografía
Sierra, Juan Carlos; Ortega, Virgilio; Zubeidat, Ihab
Ansiedad, angustia y estrés: tres conceptos a diferenciar Revista Mal-estar E
Subjetividade, vol. 3, núm. 1, março, 2003, pp. 10 - 59 Universidade de Fortaleza
Fortaleza, Brasil
Centro de
Psicología María Jesús Suárez Duque
C/ Tunte,6
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