El apego seguro se desarrolla cuando el niño tiene interacciones cariñosas,
armónicas y mutuamente reguladoras con el cuidador. Ello incide en un desarrollo
saludable a nivel social, emocional y cognitivo.
El apego inseguro-evitativo puede darse cuando
el niño tiene padres distantes emocionalmente. Un niño en esa situación
puede experimentar un distanciamiento de su propia conciencia, de su estado
interno, así como del mundo interno de los otros. El apego inseguro-ambivalente se da en
situaciones en que los cuidadores son inconsistentes e intrusivos, pudiendo crecer
en abundancia de incertidumbres y ansiedad. En ambas situaciones, el
niño se adapta de la mejor manera que puede encontrando una solución que
posibilite su supervivencia y a haga seguir enfrente. Cuando uno de los
padres (o ambos) aterran el niño, puede desarrollarse una forma desorganizada
de apego. En esa situación, a diferencia de la forma segura y de las
dos primeras formas inseguras, el niño “pasa a tener un miedo sin solución”
y vive con la paradoja biológica de dos circuitos cerebrales activados
simultáneamente: cuando el niño está en estado de terror, su cerebro activa el
reflejo “Ir para mis padres para alivio y seguridad”; simultáneamente, el
cerebro también activa el circuito “Huir de la fuente de terror”. No existe
una adaptación organizada para esas experiencias conflictivas.
Algunos teóricos (Hesse, Main, Yost-Abran & Rifkin,
2003) han levantado la hipótesis de que el resultado es una fragmentación del
estado del niño, lo que a lleva las formas clínicas de disociación.
Esa situación no es la misma del “doble vínculo”, que ha sido aludida en la
literatura familiar (Watzlawick, 1963), pero es una forma de paradoja biológica
en la cual dos circuitos son activados simultáneamente en el cerebro del
niño, llevándola a la fragmentación de una respuesta coherente.
Nunca es tarde para el desarrollo de una historia de vida
coherente. Procesos que añaden la integración del cerebro y facilitan el desarrollo
de narrativas coherentes en la vida de alguien, así como el EMDR,
pueden ser bastante efectivos en ayudar los padres a explorar la naturaleza de
su propio apego, para que ellos ganen seguridad en sus propias vidas (Siegel
& Hartzell, 2003). La Terapia familiar sistémica puede ayudarlos en
la modificación de su comportamiento parental para que sus hijos se desarrollen
muy bien. Si la comunicación de los padres con los hijos es distante, ellos
probablemente desarrollaron un estilo de apego descuidado.
La narrativa de ellos va a revelar un tipo de incoherencia –
si aún no crearon una historia de vida coherente – que es caracterizada por una
despreocupación con la importancia de las relaciones en el pasado y en el
presente. Existe, muchas veces, una insistencia en no acordarse de las
primeras experiencias familiares. Es bastante probable que esa falta de
recuerdo no transcurra de “represión” al trauma propiamente dicho, pero, antes,
de una falta de codificación de interacciones emocionalmente estériles. A veces,
mediante nuevas formas de relación e interacciones terapéuticas pueden ayudar a
los individuos a entrar en contacto con las sensaciones no verbales, somáticas
y emocionales de su vida interior; eso permite que ellos progresen en dirección
a una forma adulta de apego seguro y la una narrativa coherente de sus vidas.
Cuando los comportamientos de los padres son inconsistentes e intrusivos,
sus narrativas contienen cuestiones “despreciadas”, en que los temas del pasado
invaden en reflexiones de la vida actual. Esa forma adulta de apego “preocupado”,
muchas veces, revela necesidades dolorosas que no fueron satisfechas en una
situación familiar confusa en la infancia. Con la mente del adulto aún
reflejada en experiencias pasadas, emocionalmente desordenadas, es probable que
esas necesidades interfieran en interacciones con el niño.
La terapia puede ayudar a los padres a examinar esas
preocupaciones y a encontrar en su interior comprensión y paz, ayudándolos a
progresar a una forma narrativa más libre, coherente y segura en el apego. Para
padres que experimentan estados en los cuales ellos, de forma no intencional,
aterran sus hijos, la narrativa posee elementos de trauma o sufrimiento no
resuelto. En la medida en que ellos narran su historia del inicio de sus
vidas, momentos de desorganización y desorientación se hacen aparentes en la
comunicación tanto verbal, cuanto no verbal. Esos estados de espíritu no
resueltos parecen aumentar el riesgo de estados de comportamientos
irracionales, repletos de miedo, rabia o tristeza. Eso sobrecarga la
capacidad de los padres de “ser padres” en aquel momento y crean un estado de
terror en el niño. Terapia individual, como el EMDR, puede ayudar
los padres a identificar y trabajar esas pérdidas y traumas pasados dolorosos,
y cambiar profundamente el estado de espíritu. Con la ayuda de terapia familiar
sistémica, ellos pueden alterar la calidad y la naturaleza de sus
relacionamientos, cambiando, de esa forma, el camino del desarrollo del niño de
desorganizado para seguro.
Centro de
Psicología María Jesús Suárez Duque
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