CIRCUITO DEL PÁNICO
Panksepp (2004, 2009) y Panksepp y Biven (2012) describen
siete circuitos
cerebrales innatos en el ser humano que compartimos con el resto de los
mamíferos:
·
Búsqueda (exploración),
·
miedo,
·
ira,
·
sexualidad (reproducción),
·
cuidado (apego),
·
pánico/separación
·
juego.
Si una cebra, una gacela o cualquier otro mamífero de 3
meses de edad, perdiera el contacto con su madre, en minutos u horas este
cachorro estaría muerto. Será cuestión de vida o muerte volver a restablecer el
contacto con algún cuidador lo antes posible para poder sobrevivir. Toda la
energía del animal se centrará en buscar la protección de su figura de apego,
viviendo esos minutos u horas con verdadero pánico. Para poder recuperar el vínculo
con los cuidadores, los animales usan lo que se conoce como «grito de apego»,
este permite llamar la atención de la madre y recuperar el vínculo. Este grito es
innato tanto en humanos como en el resto de mamíferos (Purves et al, 1996).
El circuito cerebral del pánico o separación también
está presente en los seres humanos, pero en bebés o niños pueden activarse
no solo ante una ausencia real de la madre, sino también por falta de conexión
emocional (por ejemplo, porque la madre sea negligente o ansiosa). Si las
figuras de apego que cuidan al niño también son fuente de amenaza –como ocurre
en casos de abusos físicos, psicológicos o sexuales, o de negligencia en el
cuidado– el circuito del pánico se verá sobreactivado. (Schore 2001; Tronick,
2007; Bolwby, 2005; Siegel, 2010). Según Schore (2001):
«... las experiencias afectivas intersubjetivas, fijadas en
la relación de apego con la madre, influencian en la maduración de los
circuitos del sistema límbico del hemisferio derecho que procesan la emoción y
son dominantes para la evolución del self emocional... el procesamiento diádico
implícito de estas comunicaciones no verbales de expresión facial, postura y
tono de voz son producto de la activación del hemisferio derecho del niño
sincronizado con el hemisferio derecho de la madre...» (pág. 15).
En el estudio
clásico de Tronick (2007), la «cara inexpresiva» en el cual una madre juega con un niño de un año de edad. De repente, la
madre deja la cara inexpresiva durante dos minutos y los experimentadores
observan la reacción del niño. Al principio intenta mantener la conexión con la
madre a través de la mirada y del juego, y pasado un corto tiempo –al ver que
no puede conseguirlo– empieza a evitar la mirada de la madre y posteriormente a
llorar con mucho sufrimiento. Cuando la madre vuelve a tener contacto
emocional, se recupera la conexión perdida. La reacción del niño será diferente
en cada experimento según la relación de apego que tenga con su madre.
Estas situaciones de desconexión emocional pueden ser
extremadamente traumáticas para los niños si se dan de forma repetida y/o
sostenidas en el tiempo. No es necesario un abuso físico o psicológico evidente
para que se produzca la activación del circuito del pánico/separación.
Cualquier cosa que provoque una desconexión emocional entre los adultos y el
niño puede activarlo. Algunos ejemplos pueden ser una hospitalización del niño
o de la madre, una depresión de esta, o que el niño sienta que es responsable
del bienestar de los padres.
La falta de sincronización a nivel emocional con las figuras
de apego hará que el niño busque estrategias de regulación ajenas a los
cuidadores, que le ayuden a autorregularse. En etapas más tardías de la vida
como la adolescencia o la edad adulta, estas estrategias pueden resultar
patológicas.
El cerebro de un niño que se enfrente a situaciones
de negligencia o maltrato por los cuidadores activará simultáneamente los
circuitos cerebrales del apego (búsqueda de conexión física y emocional) y del
miedo (sensación de retraimiento y alerta). Es importante resaltar que las
rupturas breves en los vínculos de apego son sanas porque permiten desarrollar
autonomía y crecimiento emocional en el niño, pero son traumáticas si son muy
intensas o duraderas (Schore, 2004; Tronick, 2007).
La sensación del niño de alerta o peligro produce la
activación de la amígdala y si no hay cuidadores disponibles, o estos son la
fuente de la amenaza, se activa el circuito del pánico/separación y otros
mecanismos relacionados con la supervivencia menos evolucionados como son los
circuitos del miedo (con la consiguiente activación del modo lucha-huida), del
dolor y de la rabia (Panksepp y Biven, 2012)
La activación del circuito del
pánico provoca la activación de los circuitos relacionados con el miedo y la
rabia. Si la amenaza persiste y no es posible ni la lucha ni la defensa, se
producen estados disociativos.
La activación de la amígdala y los mecanismos fisiológicos
asociados elevan los niveles de hormonas del estrés y la activación de la rama
simpática del SNA. Esto provoca la búsqueda de ayuda (en el caso de bebés y
niños, la búsqueda de las figuras de apego). Si es imposible la lucha-huida,
bien porque no existen los recursos necesarios, la amenaza es excesiva o la
fuente de la amenaza es una de las figuras de apego, el nervio dorsovagal
puede provocar la inmovilización y la consiguiente disociación (véase la
figura 2.6).
Un evento que provoque una ruptura en la relación de apego
con los cuidadores provoca la activación del circuito cerebral
relacionado con el pánico/separación. Este activará a su vez los circuitos relacionados
con el miedo y el dolor mediante la estimulación de la amígdala. Cuando
esto ocurre se busca en primer lugar la cercanía física y emocional con las
figuras de apego, posteriormente se valora la posibilidad de la lucha/huida y,
si estas opciones no son posibles, se produce la inmovilización y la
consiguiente disociación.
Basándose en observaciones realizadas en orfanatos, Bowlby
(1983) señala que los niños que se sienten abandonados presentan un llanto
continuo que después de unas horas –o un par de días como máximo– da paso a un
estupor muy característico que, si bien se puede confundir con una aparente
calma del niño, ahora sabemos que es una activación del sistema de
inmovilización. Se cree que este sistema está reforzado en los mamíferos para
evitar que la cría pueda ser localizada por otros predadores antes de que lo
haga la madre.
Según Panksepp y Biven (2012):
«Los sentimientos tan agradables de afecto que se producen
con un apego seguro –los mecanismos primarios de una base segura– son
transformados en formas más elevadas de conciencia a partir de los 2-3 años. Durante
los primeros seis años de vida una ruptura de la relación de apego –excesiva
activación del circuito del pánico/separación– hará propenso al niño a tener
inseguridad y ansiedad de forma crónica, a menudo sufriendo depresión en la
edad adulta...» (pág. 314).
Los pacientes con ataques de pánico en la edad adulta –y
mucho más cuando estos se dan en edades tempranas– han vivido en relaciones de
apego inseguras con problemas de desatención y/o abusos (Leeds, 2012).
Las personas con infancia en la que no ha existido un apego
seguro poseen una predisposición a que se produzca una fuerte ansiedad e incluso
ataques de pánico si en el futuro se presentan eventos estresantes que
desborden sus estrategias de afrontamiento.
El circuito cerebral del pánico ha surgido evolutivamente en
mamíferos desde circuitos anteriores que estaban relacionados con el dolor
físico (Panksepp, 2004). Si algún evento reactiva estos circuitos en la edad
adulta, la memoria implícita provocará una reacción similar ante situaciones
parecidas. Esto generará pensamientos rumiativos, depresión, sensación de
vacío, e hiper- o hipoactivación emocional. En otros casos, puede
dar lugar a ansiedad severa, fobias sociales, trastornos alimenticios o ataques
de pánico.
Según Panksepp & Biven (2012):
«... hay muchas razones para creer que los misteriosos arranques de
inseguridad que los psiquiatras llaman ataques de pánico podrían
aparecer la mayoría de las veces por la activación repentina de la red
neuronal de separación-estrés (duelo) más que del circuito del miedo como
muchos teóricos creen actualmente... aquellos que sufren de ataques de pánico
sufren un historial de ansiedad por separación en la infancia. Más
aún, ataques de pánico y ansiedad por separación hacen sentir a los pacientes como
si el centro de su confort o estabilidad hubiera sido abruptamente anulado.
Ambas situaciones son acompañadas de sensaciones de debilidad y apnea, a menudo
acompañadas por una sensación de no poder hablar como si tuvieran un hueso en
la garganta...»
Si han existido experiencias negativas durante la infancia,
los circuitos cerebrales relacionados con la ansiedad y el miedo podrían sobreactivarse,
lo que dificultaría el proceso natural de maduración y de regulación emocional
durante el resto de la vida.
Centro de
Psicología María Jesús Suárez Duque
C/ Tunte,6
Vecindario (Frente al Centro Comercial Atlántico, a la derecha de la oficina de
correos)
Pedir cita:
630723090
https://www.psicologavecindariomariajesus.es/
Comentarios
Publicar un comentario