EXPLICACIÓN DEL
TRASTORNO DE PÁNICO
Si
bien existen diferencias individuales respecto a una mayor o menor reactividad biológica,
es innegable que el contenido que pueda tomar el miedo es fruto del aprendizaje.
El entorno afecta nuestro sistema biológico y, a su vez, nuestro organismo es
capaz de readaptarse, modificando las condiciones del entorno o sucumbiendo a
ellas.
De
momento no hay evidencia de que los ataques de pánico puedan considerarse desde
un punto de vista estrictamente orgánico. Indudablemente los aprendizajes tempranos,
fundamentalmente los que provienen del contacto con familiares cercanos o de
las propias experiencias más o menos desafortunadas, marcarán el camino para aprender
la respuesta ansiosa, aumentando por ende las probabilidades de una crisis.
La
persona está muy preocupada por los orígenes de los problemas. Culturalmente
está arraigada la idea de que al saber la causa de un problema este se soluciona,
pero no funciona así.
El
conductismo ha demostrado que en la mayoría de los problemas psicológicos los factores
de origen de un problema no son los mismos que mantienen el problema en la actualidad. Por
ende, más que de causas vinculadas al origen, es preferible hablar de
factores desencadenantes de un problema y factores de mantenimiento del
mismo.
Factores
predisponentes
Se
encuentran entre los factores predisponentes o factores relacionados con el
origen del problema:
a)
Los acontecimientos vitales altamente estresantes.
Pueden ser acontecimientos singulares que no
son necesariamente negativos ni están asociados directamente con las crisis,
pero que en un momento determinado de nuestras vidas nos generan un
desborde de las capacidades psicológicas para hacerles frente. Bien
podría tratarse tanto del nacimiento de un hijo, como un casamiento, un
viaje, un ascenso laboral; una separación conyugal, un divorcio, el
cuidado de un enfermo, la muerte de un ser querido, la pérdida de trabajo...
Nadie está libre de pasar por un episodio de
esta índole.
Es altamente probable que la persona que
experimenta una crisis por primera vez en forma abrupta e inesperada quede preocupada
y le preste particular atención a lo ocurrido.
Por lo general la crisis sobreviene luego de
un período durante el cual la persona estuvo expuesta a un cúmulo de diferentes
estresores, por tal motivo es altamente probable que vuelva a producirse al
mes, o incluso antes, una segunda crisis.
Generalmente ocurre cuando lo peor ya ha pasado
y el sujeto se encuentra en un momento de aparente calma.
b) A consecuencia de una
depresión.
Pasar por una depresión nos deja carentes de
recursos psicológicos adaptativos eficaces para lidiar con diversas cuestiones
cotidianas. Asimismo, afecta el funcionamiento obsesivo o rumiatorio
que suele caracterizar los trastornos de pánico; así como cualquier otra preocupación
referida a dolencias físicas, cosa que es muy común apreciar en los estados
depresivos.
c)
Síntomas aislados de ansiedad
Los estudios indican que las personas que
desarrollan trastornos de ansiedad no difieren de quienes no los presentan
tanto en la cantidad de acontecimientos estresantes, como en cuanto a la
perturbación o el impacto negativo que estos tienen en ellas.
Algunos de los factores desencadenantes de una
primera crisis de pánico pueden generar solo una crisis y no ir más allá de
ella. Entre los más relevantes se destacan:
·
El consumo de sustancias como alcohol,
alucinógenos, anfetaminas o sustancias similares, cannabis, cocaína,
fenciclidina (o sus derivados), inhalantes, sedantes (hipnóticos o
ansiolíticos); la abstinencia de barbitúricos o tranquilizantes menores o de
cualquiera de las otras drogas antes mencionadas;
·
El consumo excesivo de cafeína, nicotina u
otros estimulantes;
·
La “resaca”
·
La ira o la excitación
·
La fatiga
·
La falta de sueño
·
Cambios posturales rápidos
·
El calor
Las fluctuaciones circadianas
·
Las luces fluorescentes
·
Las comidas copiosas
Muy
pocas veces, aunque ocasionalmente sucede, los ansiolíticos, los métodos de relajación
y hasta el tomar cualquier otro fármaco inocuo, como los antidepresivos, tienen
el poder de producir/generar efectos paradójicos, generando ansiedad. Se ha comprobado
también en algunas personas la aparición de ansiedad como consecuencia de la
realización de ejercicio físico excesivo.
d) Características
de personalidad o, más precisamente, patrones de conducta
arraigados en la forma habitual de comportarnos para cristalizar finalmente el
trastorno:
·
Formas de pensar muy enraizadas en
preocupaciones y anticipaciones
·
El exceso de exigencia y responsabilidad
·
Características de dependencia y necesidad de
aprobación de los demás
·
Timidez o inasertividad
·
Miedos hipocondríacos
·
Tendencia a deprimirse
·
Distorsiones en la forma de procesar la
realidad.
Pero,
aunque pueden llegar a marcar una tendencia o predisposición, no son
definitorias para desarrollar el trastorno de ansiedad.
e) Causas orgánicas,
algunos problemas médicos también pueden producirla o facilitar su aparición.
En tal sentido se destacan:
·
Arritmias cardíacas
·
Angina de pecho
·
El prolapso de válvula mitral
·
La presión arterial anormalmente baja (hipotensión)
o alta (hipertensión)
·
El exceso de calcio en la sangre
(hipercalcemia)
·
La insuficiencia de glucosa en sangre
(hipoglucemia)
·
El incremento del funcionamiento de la glándula
tiroides (hipertiroidismo)
·
El aumento anormal en la secreción de
catecolaminas –siendo la adrenalina una de ellas– (feocromocitoma)
·
La epilepsia
·
El asma
f) Factores genéticos. Esta
predisposición biológica podría estar vinculada con:
·
La hipersensibilidad de los receptores químicos
centrales de CO 2
·
Una regulación anormal del sistema
noradrenérgico
·
Una sensibilidad alterada de los receptores
cerebrales de las benzodiacepinas
·
Una función reducida del ácido
gamma-aminobutírico.
Falta determinar si constituyen un factor de vulnerabilidad,
una consecuencia del trastorno o solo un factor relacionado.
Factores de
mantenimiento. Ciclo del ataque de pánico
Ante una situación que es percibida como
“insegura”, aparecen anticipaciones preocupatorias en referencia a la
posibilidad de que “le venga el ataque de pánico” apenas tome conciencia de
alguna sensación. Lo que para cualquier otra persona significaría una sensación
física natural o normal, a quien ya tuvo una crisis lo llevará a tener mayor
temor y, por ende, su cuerpo se comportará como si estuviese enfrentado a un
peligro real. Se le dilatarán las pupilas, el corazón latirá más deprisa, se
dilatarán los bronquios... Todo esto hará bombear mayor cantidad de oxígeno a
los músculos, que lo necesitarían en caso de tener que salir corriendo si se
tratara de una defensa real ante un depredador; pero como eso no ocurre en
realidad sino que, por el contrario, la persona padece los síntomas pasivamente
–está aparentemente quieta en alguna situación social o se dirige hacia un lugar
considerado seguro–, las sensaciones tenderán a percibirse con más intensidad,
lo que llevará a desencadenar mayores síntomas físicos y cognitivos,
configurándose finalmente la temida crisis de pánico.
Sin
embargo, el hecho de que se le otorgue un motivo que medianamente conforme,
sea este inexacto, como por ejemplo que “fue un ataque al hígado”, que fue
porque “se peleó con tal o cual persona”, que “es una enterocolitis”, que “son
los calores intensos del verano”, que “el aire está viciado”, que “algo que
comió le cayó mal”, etc., restará importancia al tema y probablemente la crisis
no vuelva a ocurrir. Lo cierto es que algunas de estas explicaciones funcionan,
y no habiendo mayores inestabilidades, la cosa queda ahí. Si, por el contrario,
la interpretación que la persona hace del hecho resulta catastrófica
debido generalmente a desconocimiento sobre el tema, se hace mucho más probable
que los síntomas aumenten de intensidad y se repitan.
Respecto
a este factor sustancial de mantenimiento de las crisis, cobra especial importancia
lo que se ha dado en llamar “miedo al miedo”, o miedo anticipatorio;
consistente en la retroalimentación del miedo por la anticipación de una nueva
crisis, creando un estado general de hipervigilancia y, como
consecuencia de ello, conductas de evitación de diversas situaciones
para que no se repitan.
Es
decir, no existe una causa única y directa sino un cúmulo de elementos que posibilitan
el desarrollo de un problema.
Unidos a la primera
crisis quedarán asociados:
·
Elementos del entorno específico donde
tuvo lugar
·
Particularidades personales del momento en
concreto: la propia condición del organismo en el instante previo a
padecerla, las sensaciones que
·
experimentó, lo que hizo la persona para
encarar la situación, quiénes estaban presentes, si recibió ayuda, qué pensaba
acerca de lo que le estaba pasando. Incluso los propios pensamientos han de
quedar asociados a la crisis.
Al
constituir la crisis de pánico una experiencia “fuerte” para quien la padece,
se la podría considerar como un “microtrauma” por el efecto altamente
condicionante que produce. Las crisis de pánico se aprenden, y algo
aprendido tiende a repetirse.
Dichos
elementos, presentes en el primer momento de acaecida la crisis, se trastrocarán
fácilmente en estímulos; posteriormente ellos –o incluso condiciones parecidas–
adquirirán el “poder” o la capacidad de provocarla, por asociación con la misma.
A este principio de aprendizaje se le denomina condicionamiento clásico.
En
cambio, el principal factor responsable de su mantenimiento no es tanto los distintos
eventos disparadores –que los habrá– sino considerar que las crisis son peligrosas.
El
segundo principio de aprendizaje vinculado con el trastorno de pánico es el denominado
aprendizaje
operante o instrumental, en tanto opera en el medio y es responsable
en última instancia del mantenimiento del trastorno de ansiedad. Conductas concretas,
que la persona realiza sin darse cuenta del efecto que tienen con el afán de resolver
su situación, empeoran las cosas y ayudan a cronificar el cuadro clínico. Las personas
terminan haciendo cosas para “obtener” tranquilidad o seguridad y evitan otras para
no sentirse mal.
De
alguna manera, la incertidumbre que rodea el ataque de pánico viene a ser el
punto de enlace con lo que podemos definir como un trastorno del comportamiento:
Preocupación
persistente ante la posibilidad de una nueva crisis y los intentos de control para
que no vuelva a suceder.
Se
comienza de esta forma a tomar una serie de recaudos. Así, por ejemplo, es
común sentarse en un cine sobre el borde de la fila de asientos, cerca de una
salida, por si hay que salir “corriendo”, o bien directamente no ir al cine; no
subir a un ómnibus con mucha gente porque la falta de aire fresco podría
empeorar las cosas; cuidarse en el verano del excesivo calor porque la baja
presión podría causar un desmayo; ingerir azúcar por creer necesitarla y
considerar esto “verdad absoluta”, cuando poco hace para prevenir un desmayo.
Otros
factores también muy comúnmente asociados (técnicamente: “condicionados”) a la
crisis y, por ende, también “controlados” en la medida de lo posible son: la
presencia o ausencia de gente, tomar mate en las mañanas, acostarse a dormir
–por la noche sobre todo–, un lugar abierto como una playa o una calle ancha,
la velocidad con que se transita en un automóvil....
Otras
formas de control implican tomar medidas paliativas: moverse en taxi como una
forma de poder llegar rápido a un lugar “seguro”, tomar aire a gusto, poder
bajar cuando uno lo disponga y prontamente...
Como
vemos, a medida que pasa el tiempo el evento “real” que dispara las crisis puede
ser mantenido a modo de recuerdo y/o sensación.
A tener miedo se aprende, no nacemos con miedo
Son
muy pocos los instintos o actos reflejos de supervivencia y tienen que ver con peligros
reales y concretos. En el trastorno de pánico y en otros trastornos de
ansiedad no hay peligro real: es miedo.
Asimismo,
los familiares y amigos de personas son trastorno de pánico, dando fe del mal momento
experimentado por éste y desorientados también, van poco a poco reforzando esta
pauta de comportamiento de alarma y anticipación casi constantes previa a la
crisis. Con el afán de tranquilizar y ayudar, hacen más dependiente a quien
padece la crisis. Terminan realizando cosas en su lugar: hacen las compras,
llevan a los niños a la escuela, llaman al médico, los acompañan a caminar por
una noche de invierno si el paciente así lo siente, con esta actitud terminan
por sumar un tono de anormalidad a la situación.
Por
otra parte, muchas personas acuden rápidamente al médico, generalmente a un servicio
de emergencia en primer término, y encuentran allí un alivio inmediato a sus síntomas.
Sin embargo, con frecuencia la incertidumbre –y con ella el temor– es reforzada
por los propios profesionales de la salud, que cuando atienden al paciente ante
una crisis le aseguran que no tiene nada, que es de la cabeza o que es estrés,
y le dan un tranquilizante. Esto en general empeora las cosas. Una segunda
situación que suele plantearse es que los médicos no le digan nada al paciente
y lo deriven a especialistas varios; comienza así un largo periplo de consultas
y exámenes médicos que, si bien no hallan causa orgánica alguna, tampoco
brindan respuestas. Esto es muy común y genera mayores expectativas negativas e
incertidumbre sobre lo que le pasa a quien padece crisis de pánico.
Sin
quererlo y sin siquiera conocer cómo operan en nosotros ciertos principios del aprendizaje,
se ha reforzado una pauta de comportamiento altamente contraproducente: me
siento mal o puedo llegar a estarlo, debo tener cerca una emergencia por si
acaso, o vamos ya a la emergencia. Se trata de un tipo de reforzamiento
“negativo”; en la medida que evito lugares o situaciones logro
parcialmente controlar la ansiedad y esta baja; bien, si cuento con algo o
alguien que me dé seguridad, me tranquiliza y los síntomas automáticamente
desaparecen. Esta actitud va debilitando la capacidad de relativizar la experiencia
y tranquilizarse por sus propios medios.
Incluso,
aunque se tratase de cierto desajuste orgánico, a esta altura ya no exime que
se haya condicionado además una respuesta de ansiedad excesiva en relación con
la situación y hay que tratarla. Es frecuente que luego de haber llamado a la
emergencia médica desaparezcan todos los síntomas. Sin duda, la sola
expectativa de recibir la ansiada ayuda alivia el temor, pero el sujeto y sus
familiares quedarán más desorientados.
El
individuo está tan centrado en el miedo que es presa de él. Es que el miedo, si
no se lo afronta, se generaliza.
Es
decir, lo que se “condiciona” o aprende no es solo a experimentar ansiedad ante
un lugar similar al de la primera crisis sino también ante las “propiedades de
ese evento”; si se estaba en una reunión de difícil
salida, si era una situación íntima, si por el contrario se estaba en
una situación pública, si hacía excesivo calor, si faltaba aire en ese
ambiente, si la presencia o ausencia de gente nos ponía de una
particular manera... La crisis no es aleatoria por más que nos parezca;
a veces, aunque se repita una situación muy similar, esta no aparece.
Pongamos por ejemplo alguien que las experimenta ante la posibilidad de
viajar en avión, pero justo el día del viaje se entera de una gran noticia,
está pendiente de un problema familiar de cierta gravedad o viaja a su
lado un médico; probablemente esto ocupará sus pensamientos y la inminencia
de una crisis quede en un segundo plano.
Por
tanto, no podemos hacer un análisis lineal porque hay excepciones, pero las
mismas también siguen los principios del aprendizaje aunque sean inaccesibles a
quien la padece.
Por
tanto, es importante tener en cuenta que lo que mantiene las crisis de pánico
es el pensamiento preocupatorio y anticipatorio; estrechamente vinculado a la
conducta de evitación. Cuando la persona corrige sus juicios y se da
cuenta de que es simplemente un desajuste de la respuesta de ansiedad en la
amplia mayoría de los casos, bastará con que vuelva a exponerse a dichas
situaciones o eventos condicionados para que estos pierdan progresivamente la
capacidad de elicitar una crisis y se vayan poco a poco desensibilizando.
Bibliografía
Acquarone, S. (s.f.). Superar la crisis de pánico.
Sentir, pensar y hacer.
C/ Tunte,6
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