TERAPIA DE FAMILIA
Como psicóloga y educadora social mi labor es ayudar, apoyar y orientar a las familias que por diversos motivos no son competentes. Se trata de trabajar con los menores vulnerables y la familia en casos de riesgo social leve para proporcionarles las herramientas necesarias para evitar o disminuir la dificultad social. En el peor de los casos, cuando los miembros responsables de su propia familia se niegan a buscar asesoramiento, apoyo o ayuda, limitándose a utilizar los mecanismos de defensa, los profesionales no podemos actuar, viéndonos limitados a la espera de que algún suceso traumático aumente el grado de disfuncionalidad familiar y sea el Juzgado quien comunique a los Asuntos Sociales la necesidad de intervención con estos menores en dificultad social y con sus familias. Por ejemplo, un menor de 11 años que ha sido sometido a malos tratos (castigos físicos y psicológicos), falta de comunicación (imposición de normas en lugar de diálogo y consenso) y carencia de afecto o afecto ambivalente (combinación de castigo y afecto sin seguir unas pautas estables), ha aprendido por imitación (Teoría del Aprendizaje Social de Bandura) que esa es la conducta apropiada para relacionarse con sus iguales. Por tanto, esa será la forma de relacionarse con sus compañeros en el entorno escolar, lo cual, podría derivar en acoso escolar o daño físico o psicológico con consecuencias graves a un compañero. El daño causado en este caso podría ser irreparable, con consecuencias legales y posterior derivación a los Asuntos Sociales.
Por tanto, una de las formas de terapia de familia, entre otras, es trabajar sobre los factores protectores con los que cuenta cada familia para reducir o eliminar los factores de riesgo. Se trata de trabajar desde la prevención, ayudando a las familias a adquirir las estrategias necesarias que por motivos sociofamiliares desconocen o no son conscientes de las consecuencias negativas a corto y largo plazo en los componentes de su familia. Si un niño, por ejemplo, se muestra tímido o no es capaz de concentrarse en sus tareas, se muestra irritable, agresivo, impulsivo, con déficit de atención, hiperactivo, triste, aislado, muestra conductas no adecuadas...los padres suelen utilizar el castigo, la sobreprotección, los etiquetan de poseer TDAH, desobediente, agresivo.... Los padres aplican a sus hijos un sinfín de etiquetas mediante las cuales los padres sin ser conscientes de ello hacen responsables a sus hijos, cuando en realidad los hijos más bien pueden considerarse “víctimas” de un entorno familiar disfuncional. Durante muchos años, he escuchado a padres decir: “mi hijo tiene TDAH”, “mi hijo es tímido”, “mi hijo es un gandul”, “mi hijo le pega a otros niños y a sus hermanos” ...Pues bien, por experiencia, les puedo decir, que en la mayoría de los casos el comportamiento de los niños es algo normal, como ser humano que intenta solventar las situaciones difíciles y faltas de comprensión, afecto y escucha que reciben por parte de los padres. Mientras los padres, lo único que hacen es castigar o etiquetar a sus hijos haciéndoles creer con el tiempo de que realmente tienen TDAH, son tímidos, son agresivos, gandules... y que, por tanto, no pueden dejar de serlo porque ellos son así, lo cual, al final se cumplirá lo que sus padres inicialmente transmitieron a sus hijos y a la sociedad: “que realmente sus hijos pertenecen a las etiquetas que ellos mismos, por desconocimiento del daño que estaban causando a sus hijos, han hecho realidad”.
Ahora, les pido reflexión:
¿Qué etiquetas les pusieron sus padres, hermanos, familiares, amigos, profesores...?
¿Con cuáles de estas etiquetas realmente se identificaron ustedes?
¿Realmente ustedes pertenecen a esas etiquetas?
Cuando he preguntado a jóvenes y adultos: ¿por qué no continuaron sus estudios, por qué abandonaron de forma temprana la escuela?, la gran mayoría coinciden en que “no servían para estudiar” y yo les contesto, acaso eres torpe ¿tú crees que eres menos capaz que yo o que cualquier otra persona que haya estudiado? Efectivamente, como es lógico, la capacidad existía, lo que no disponías era de seguridad, apoyo adecuado, esfuerzo necesario y motivación que te impulsarán a alcanzar tus objetivos, de esta forma, los fracasos continuados llevan a una indefensión aprendida al considerar que por mucho que hagas no vas a conseguir buenos resultados académicos porque no dispones de la capacidad para lograrlo. Te olvidas de que lo que realmente te conduce al éxito académico es el esfuerzo realizado puesto que la capacidad intelectual abarca muchos aspectos y al contrario de lo que se suele pensar, la capacidad intelectual, sí es flexible y sí se puede cambiar.
Desde mi experiencia y vivencia personal, ninguna de las etiquetas negativas que me pusieron de niña, eran ciertas, sólo era una niña que necesitaba como todos los niños cuidado, protección, seguridad, amor, normas adecuadas y estables, comprensión, escucha y unas figuras paternas adecuadas y referentes para mi proceso de socialización. Con esto no quiero decir que no existan casos de niños que realmente presenten trastornos mentales como, por ejemplo, niños con algún Trastorno del neurodesarrollo, efectivamente, se dan, pero en estos casos tampoco se puede etiquetar, porque entre más se dice a un niño, adolescente o adulto, eres hiperactivo, tienes dificultades de aprendizaje...más limitan la capacidad, motivación y voluntad del niño para alcanzar su desarrollo personal. Por eso, en mi trabajo profesional pongo énfasis en la motivación del menor y en reforzar sus puntos fuertes de manera que eliminen o disminuyan las dificultades derivadas de sus puntos débiles.
Como psicóloga y educadora social parto siempre de la consideración de que ningún niño, adolescente y adulto es incapaz, sólo hay que buscar el modo en el que cada persona como sujeto único y singular aprende, se motiva y actúa en los diferentes entornos de su vida cotidiana.
María Jesús Suárez Duque
Psicóloga General Sanitaria (especialidad clínica y educativa) y Educadora social
Psicóloga en Vecindario
MARÍA JESÚS SUÁREZ DUQUE
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