Emociones negativas en la salud
Los datos de diversas investigaciones (Spielberger, 1994; Goleman, 1996) confirman la influencia de las emociones negativas prolongadas en el tiempo: la ira, la ansiedad, el miedo, o la depresión y el estrés en los trastornos psicofisiológicos, como la causa de ciertas enfermedades que debilitan las células inmunológicas y duplican la posibilidad la posibilidad de contraer enfermedades como el asma, dolores de cabeza, úlceras, aumento de la presión sanguínea y problemas cardiovasculares. En definitiva, las emociones negativas suponen una amenaza para la salud.
Por otro lado, se ha comprobado que algunas emociones negativas, como la ira y la hostilidad reprimida, tienen un efecto directo sobre la contractilidad de la arteria coronaria y, en consecuencia, sobre la llegada de oxígeno al músculo cardíaco. Además, se han constatado en numerosos estudios prospectivos y clínicos que la tensión emocional precede al desarrollo de los síntomas de la enfermedad coronaria (Perera, 2004).
Las emociones negativas constituyen un factor de riesgo para nuestra salud y desencadenantes de la enfermedad, al hacer más vulnerable el sistema inmunológico, lo que no permite su correcto funcionamiento. Por tanto, aunque las emociones negativas no causan la enfermedad, sí nos hacen más vulnerables a ellas (enfermedades degenerativas cerebrales como el Alzheimer, hipertensión arterial, cardiopatías e incluso cáncer), absorben toda la atención del individuo, dificultando atender a otros asuntos.
Asimismo, las emociones negativas pueden:
- distorsionar la conducta de las personas influyendo en la toma de decisiones.
- interferir en el proceso de recuperación de una enfermedad
- llevar a una pérdida tanto de la calidad como del rendimiento del trabajo, que puede hacerse extensiva a la calidad de vida personal dado que nos bloquean, inmovilizan y dificultan los avances personales, profesionales y sociales.
La ira es una emoción negativa que genera problemas en el corazón.
El miedo es una “advertencia emocional que se aproxima a un daño fisiológico o psicológico de manera que implica un gasto energético que se traduce en cambios comportamentales que hace a las personas más susceptibles e irritables, lo cual puede conducir a las personas a vivir situaciones de estrés”. No obstante, al parecer el miedo facilita “el aprendizaje de nuevas respuestas que apartan a la persona del peligro, o lo que es lo mismo, el miedo activa los esfuerzos del afrontamiento y facilita el aprendizaje de las habilidades de afrontamiento” (Reeve, 1995).
El odio, el miedo, la depresión, la ira, la rabia y el estrés, entre otras emociones negativas, bloquean las defensas naturales. Por ejemplo, la rabia moviliza la energía hacia la autodefensa, una defensa caracterizada por el vigor, la fuerza y resistencia (Reeve, 1995).
Una muestra de hostilidad ocasional no es peligrosa, pero sí cuando es constante definiendo la personalidad. Las personas con personalidad Tipo A aparentan ser agresivas y hostiles, hablan fuerte, rápido y en forma explosiva; son muy competitivas, ambiciosas, exigentes consigo mismas y con los demás, muestran un sistema nervioso autónomo muy sensible, reaccionan de modo excesivo ante la tensión. Esta reactividad exagerada conduce a un ritmo cardíaco rápido, sensación de urgencia, impaciencia y hostilidad. Las prisas, las competencias y cosas parecidas aumentan la tensión acelerando la excitación simpática y contribuyendo más a la posibilidad de problemas coronarios (Davidoff, 1989).
La ansiedad es una emoción negativa, una perturbación provocada por las presiones de la vida diaria. Es la emoción con mayor peso como prueba científica al relacionarla con el inicio de la enfermedad y el curso de la recuperación. Las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias implacables tienen el doble de riesgo de contraer una enfermedad, incluidas asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardíacos.
Como todas las emociones, la ansiedad tiene utilidad adaptativa, puesto que nos ayuda a prepararnos para enfrentarnos a algún peligro. Sin embargo, en la vida moderna es más frecuente que se dé de forma desproporcionada y fuera de lugar; la perturbación se produce ante las situaciones con las que debemos vivir o que son evocadas por la mente, que no son peligros reales que debemos enfrentar.
La ansiedad influye principalmente en la contracción de enfermedades infecciosas tales como resfriados, gripes y herpes ya que con la ansiedad nuestras defensas fallan. Además de disminuir la respuesta inmunológica, la ansiedad produce efectos adversos en el sistema cardiovascular. La razón es evidente: el pánico y la ansiedad elevan la presión sanguínea y las venas dilatadas por la presión sangran más abundantemente cuando el cirujano hace la incisión con el bisturí. La hemorragia excesiva es una de las complicaciones quirúrgicas más molestas y puede provocar la muerte (Coleman, 1996).
Aunque no se disponen de datos que permitan reconocer que las emociones negativas tienen una relación causal, se reconoce que afectan la vulnerabilidad de las personas a contraer enfermedades infecciosas como el virus del herpes o la gripe debido a la alteración del sistema inmunológico.
Ortega (2006) señala que cierto nivel de estrés permite a las personas mejorar sus perspectivas de carrera profesional, un nivel de participación en la adopción de decisiones satisfactorias, un sistema de apoyo social...Se trata de un factor de alto riesgo para la salud, pero es imprescindible en nuestra vida ya que potencia la creatividad, el sentido positivo, la capacidad de aprendizaje y la toma de decisiones entre otras.
Por otro lado, existe una relación entre estrés y cáncer al parecer debido a los efectos supresores del estrés en el sistema inmunológico. Si se deprimen las funciones inmunológicas, los organismos tiene menos capacidad para enfrentarse a los agentes cancerígenos (Davidoff, 1989).
El miedo es una de las emociones negativas, que como todas las emociones extremas paraliza nuestras acciones y es acompañado por cambios fisiológicos en nuestro organismo. La señal inicial viene de nuestro cerebro, que estimula el cuerpo para liberar adrenalina en la circulación sanguínea. Las pupilas de los ojos se dilatan. El pelo se pone encrespado y las venas se dilatan. El pecho aumenta su capacidad para aumentar el volumen de aire inhalado. El corazón se dilata aumentando la salida de sangre. Se producen subidas de tensión arterial. El hígado libera glucosa, que proporciona la energía para los músculos.
En definitiva, mientras las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades, pero no las causan, las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de recuperación, pero por sí solas no logran mejorar a la persona.
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