Relación entre los traumas jerárquicos y los afectivos
Los traumas afectivos tienen habitualmente que ver con los traumas jerárquicos, aunque no es obligatorio que así sea. Ello se debe a que, en las primeras etapas de vida del sujeto, las de construcción de su personalidad, quien más puede producir las pautas patológicas expuestas es quien más puede, a su vez, imponer su superioridad ante el niño, es decir, el adulto. En muchas ocasiones, ambientes con carencias afectivas o con sobreprotección devaluadora son también ambientes en los que hay un nivel de agresividad y dominación, más o menos directa e intensa. Quien es responsable de los traumas afectivos suele ser también de los jerárquicos, porque no hay dominación que más duela que la que proviene de las personas que deberían querer y proteger.
Las tres principales pautas patológicas (carencias afectivas tempranas, sobreprotección devastadora y vinculación afectiva egoísta) configuradoras de traumas afectivos, se producen a lo largo de la infancia (sin perjuicio de la importancia que tienen también la preadolescencia y la adolescencia, especialmente con los iguales). Si las mencionadas pautas son dolorosas, pero no traumáticas, posteriormente a estas primeras etapas de la vida del individuo, es porque su personalidad y autoestima están ya formadas. Es la afectación de la autoestima la que determina si una serie de hechos están conceptualizados en la mente como sumamente peligrosos, como traumas, o si simplemente se interpretan como negativos, insatisfactorios o dolorosos.
Lo verdaderamente traumático no es, en sí, la pérdida afectiva que se produce de los rechazos generados en las pautas patológicas expuestas más arriba, sino la afectación a la configuración de la autoestima, es decir, a la sensación que va adquiriendo el niño, dándose más o menos cuenta de ello, de que si no recibe un amor sano y adecuado de su entorno es que no merece suficientemente la pena. La autoestima es el sentimiento positivo que el individuo dirige hacia sí mismo: pues bien, no se produce desde el principio, sino que se va constituyendo a medida que se reciben dichos sentimientos desde otras personas importantes. La autoestima es inicialmente estima del exterior, que con el paso de los años se interioriza y ya adquiere una fuente interna.
En caso de no existir estos lazos, la persona se desvincula afectivamente del exterior y la autoestima se torna en independiente. Pero esto no es lo más habitual; lo más frecuente, con mucha diferencia, es que el amor a uno mismo, la autoestima, esté condicionado por el recibido de los demás en las fases tempranas de nuestra vida.
Cuando este desarrollo emocional no se produce de una manera óptima, la consecuencia no es únicamente la falta afectiva, que de por sí es dolorosa a cualquier edad, sino el déficit estructural que padece la relación del sujeto consigo mismo; es decir, el menoscabo que sufre su autoestima. Atendiendo al mecanismo de protección de fijación y regresión del modelo freudiano se podría decir que, en el plano afectivo, el sujeto víctima de estos traumas queda atascado posteriormente en ellos, buscando en las figuras significativas de las nuevas etapas de su vida lo que no tuvo en las anteriores. Es decir, con estos traumas afectivos la persona intenta conseguir que ese desarrollo emocional se continúe donde se quedó; por otro lado, su mente ha registrado como enormemente peligroso todo lo relacionado con las pautas patológicas antes citadas, por lo que desarrollará ciertos mecanismos de protección que, en definitiva, son los que constituyen la vulnerabilidad al rechazo.
El sujeto sigue necesitando una fuente externa para su autoestima porque no ha quedado debidamente constituida, pero al mismo tiempo es muy vulnerable a cualquier amenaza para ese suministro.
Para entender por qué la vivencia de rechazo supone la reactivación del trauma en las personas vulnerables debemos darnos cuenta de que es, en primer lugar, porque supone la repetición de hechos que han sido muy dolorosos en su vida; en segundo lugar, porque también supone una pérdida afectiva total o parcial; en tercer lugar, porque pone en peligro el suministro que precisa su autoestima, ya que ésta no se ha constituido de una manera saludable y sólida.
La vivencia de rechazo se percibe como abandono, pero también como cuestionamiento personal total, como una sensación de futilidad, de carencia absoluta de sentido en la vida. Se percibe como si la ratificación que la persona busca del exterior —ya que no la obtuvo adecuadamente en etapas tempranas de la vida— no se produjera y, con ello, toda su valía estuviera en entredicho.
En definitiva, la reactivación del trauma afectivo es la percepción de abandono y también un cuestionamiento personal generalizado, una reedición en el presente de un desarrollo afectivo anómalo en sus fases más tempranas. Estos traumas y el terror a su reactivación, son los que originan lavulnerabilidad al rechazo, una suerte de mecanismo de defensa primitivo por el que la mente intenta protegerse de aquello que le ha dañado sobremanera. La mente lo utiliza para protegerse con el fin de evitar la reaparición de ese trauma —que ha resultado devastador y ha comprometido también la autoestima—, pero realmente se va a convertir en un nuevo problema.
Bibliografía
Castelló, J. (2019). El miedo al rechazo en la dependencia emocional y en el trastorno límite de la personalidad. Psicología Alianza Editorial.
María Jesús Suárez Duque
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